A los historiadores occidentales no deja de sorprenderles la veracidad que transmiten los textos de los cuatro biógrafos de Mahoma: Tabari, ibn Sad, al-Waqidi e ibn Ishaq. Todos ellos escribieron durante los dos siglos posteriores a la muerte del Profeta. En contra del tratamiento idealizado y favorecedor que podría esperarse de ellos, sus textos muestran una voluntad auténtica de búsqueda de la verdad, un intento de trazar un retrato del hombre tal como fue en todas las facetas de su carácter. A menudo, cuando se encuentran con dos versiones distintas del mismo suceso, ofrecen ambas sin tomar partido por una u otra. No inventan nada porque a sus ojos sería una aberración y un gran pecado hacerlo. La información de que disponen acerca de las distintas etapas de la vida de Mahoma es desigual; los acontecimientos anteriores a su vida pública corresponden a los de un individuo anónimo, mientras que lo ocurrido en los últimos años involucró a millares de testigos.
Las
batallas contra los coraixíes, por ejemplo, están perfectamente descritas y
documentadas, mientras que apenas se conocen detalles de su juventud, así como
de los años transcurridos entre su primera revelación en el monte Hida y los
comienzos de su apostolado. Los biógrafos se atienen a sus informes con rigor,
y en algunos momentos nos describen al Profeta como un sujeto sensible y lleno
de ternura, mientras que en otros aparece como una figura airada e inflexible,
casi antipática.
Fuente:
Por Alberto Porlán en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 23.
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