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Mahoma. La partida del Profeta

Era ya el décimo año del Islam, a partir de la Hégira, y el aparato político y bélico de Mahoma estaba en buenas condiciones para emprender su gran proyecto: la invasión a Siria; el espíritu del profeta seguramente seguía lleno de energía, pero no así su cuerpo, por lo que él no podría encabezar esta anhelada expedición. Muchos de sus allegados sospechaban que tampoco su mente se encontraba en buenas condiciones, pues para comandar esta importante empresa desdeñó a sus experimentados generales y nombró a un joven de veinte años, Usama, quien no tenía más virtud que ser hijo de Zaid, su fiel compañero que había muerto en la batalla de Muta. Mahoma utilizó el argumento del heroísmo del padre para convencer a los generales de la justicia de su elección, y aunque ellos no quedaron muy convencidos, Mahoma le entregó su estandarte, lo que le daba el poder de mando. La columna partió una mañana y avanzó pocos kilómetros ese día, para acampar en el valle de Churf.

Mahoma. Tiempos de intolerancia

Terminada la campaña contra Siria, Mahoma se instaló en Medina y se dedicó a programar la administración de su creciente imperio, labor a la que dedicó todo su tiempo y su empeño, por lo que, al llegar el tiempo de la peregrinación, prefirió quedarse al mando del gobierno y delegar en Abu Bakr el cargo de Emir o líder de los peregrinos; la caravana partió con trescientos hombres y los camellos para sacrificar conforme la tradición. Pero al poco tiempo el Profeta tuvo una revelación, por lo que ordenó a su discípulo Alí que montara el Al Abdá, que era su camello más veloz, y fuera a La Meca a toda prisa para difundir allá la proclama que había recibido de Alá y que ya formaba parte del Corán.

Mahoma. La “política exterior”

Durante un tiempo, Mahoma permaneció en Medina, dedicado a crear una estructura política más evolucionada para lo que él ya concebía como un imperio, por lo que envió embajadores a los Estados que colindaban con los territorios árabes.

Mahoma. El asedio de Jaibar

Tal vez para compensar la imagen de debilidad que se había formado entre su gente por la fallida peregrinación a La Meca, para generar un nuevo entusiasmo entre sus seguidores, o tal vez por el botín, Mahoma organizó una expedición de guerra en contra de los habitantes de la ciudad de Jaibar, que en su mayoría eran judíos, enriquecidos por el comercio y la buena agricultura de la región. Esta ciudad se encontraba a cinco días de camino de Medina y se había convertido en un refugio para todos aquellos que eran hostilizados por los musulmanes, en especial los judíos que habían tenido que salir de Medina, por lo que bien podía considerarse que esta ciudad estaba habitada por enemigos de la fe, lo que probablemente fue el argumento de Mahoma en aquella campaña.

Mahoma. La batalla de Badr

Después de dos años de establecido en Medina, el Profeta recibió el informe de que una caravana de mil camellos venía de Siria con rumbo a La Meca y que al frente de esa caravana iba nada menos que su gran rival, Abu Sufián, protegido por una pequeña guardia de treinta guerreros, pronto atravesarían la zona montañosa cercana a Medina, por lo que Mahoma se apresuró para reunir una tropa de trescientos catorce hombres y se dirigió por el camino de La Meca, hasta un valle regado por el río Badr, donde necesariamente debían pasar las caravanas, por lo que se aposentó ahí junto con sus hombres para esperarla. Pero también Abu Sufián tenía sus espías y se enteró de que Mahoma pretendía tenderle una emboscada, por lo que envió a un mensajero, de nombre Umair, para pedir refuerzos a La Meca. El mensajero llegó a La Meca extenuado; todos se alarmaron de la situación y el gobernador de la ciudad, Abu Chahl, quien, como recordaremos, era otro de los acérrimos enemigos de Mahoma, tomó cartas en el asunto y corrió la voz de alarma por toda la ciudad, llamando a las armas como si se tratara de una invasión. Al enterarse de que el ataque era contra Mahoma se adhirieron los coraixíes que se consideraban severamente ofendidos y se reunió una fuerza considerable, pues constaba de cien caballeros armados y setecientos camellos de apoyo que de inmediato se puso en camino, llevando al frente al mismo Abu Chahl, quien ya tenía setenta años, pero estaba sediento de venganza. Mientras tanto la caravana de Abu Sufián, quien había averiguado la localización de las fuerzas de Mahoma, avanzó por un camino alterno y pudo evadir el enfrentamiento, por lo que envió otro mensajero a La Meca para avisar que el peligro había pasado, pero el mensajero encontró al ejército de los coraixíes que avanzaban a marchas forzadas. Se celebró entonces una asamblea entre los jefes del ejército y no pudieron ponerse de acuerdo, pues mientras algunos querían continuar con la campaña para acabar de una vez por todas con su enemigo, otros preferían no someterse a un enfrentamiento peligroso, aunque sabían que su número era superior al de las huestes de Mahoma; finalmente la mayoría se decidió por continuar con la campaña punitiva mientras que una minoría decidió regresar a La Meca.

Mahoma. El apoyo de la espada

A partir del asentamiento en Medina y la construcción de la primera Mezquita, el Islam creció de una manera vertiginosa, pues era una ideología como hecha a la medida del pueblo árabe y representaba su entrada en la historia del mundo civilizado. Antes de este auge inusitado, la actitud del Profeta y sus principales seguidores había sido humilde, paciente y resignada; en especial, Mahoma había tenido que soportar durante trece años toda clase de vejaciones, persecuciones y atentados; pero ahora él y su gente no sólo se sentían dueños de la verdad, sino también de la fuerza, por lo que poco a poco el discurso del profeta fue cambiando, hasta que llegó a convertirse en una virtual declaración de guerra contra todos aquellos que no aceptaran su doctrina:

Mahoma. El primer templo

La entrada en Medina realmente significó para Mahoma el principio de un tiempo nuevo para él y para el mundo, pues de pronto se percibió con toda claridad que estaba naciendo un fenómeno cultural nuevo, antes de eso la propuesta de Mahoma no había sido más que una postura disidente, como muchas otras que habían surgido en la historia de los pueblos árabes y que se habían diluido o habían dejado sus huellas en esa especie de sincretismo cultural y religioso que se manejaba más como un conjunto de mitos que como una religión; pero el Islam se perfilaba como algo totalmente distinto, como la superación de todo lo anterior y la creación de una ideología nueva y de extraordinario vigor; de ahora en adelante los árabes tendrían una sólida estructura religiosa, en vez de múltiples supersticiones, tendrían un líder lúcido y carismático y tenían también su propio libro, lo único que les faltaba era el templo, lo que para aquellos pioneros de la nueva fe no era solamente el lugar físico, sino el concepto de un sitio de reunión, la sacralización de sus creencias, y sobre todo el reconocimiento público de la categoría del Islam como religión independiente del judaísmo y del cristianismo; la gran fuerza que habían adquirido en Medina les permitió conseguir la autorización para practicar su religión de manera pública y formal, lo que en términos políticos era más importante que la estructura física del templo; pero en términos psicológicos y sociales, la construcción del templo era fundamental para reforzar el sentimiento de pertenencia y solidaridad que daría lugar a un núcleo social sólido. El terreno que se pudo conseguir era un antiguo cementerio en el que habían crecido infinidad de palmeras, por lo que el primer trabajo consistió en el traslado de los cuerpos humanos, el talado de las palmeras y el desbroce del terreno. El propio Mahoma participó desde el principio en los trabajos, sin sospechar que de alguna manera estaba preparando su propia rumba, pues es ahí donde descansan sus restos, así que todavía se le llama Maschid al Nabi o "Mezquita del Profeta". La construcción original era muy rústica, los muros de tierra y ladrillo, los soportes estaban hechos con los troncos de palmeras que se encontraban en el propio terreno, y el techo con las hojas de las palmeras; sin embargo el trabajo comunitario representó una nueva actitud social por parte de la gente, pues al integrarse a la nueva doctrina y trabajar en solidaridad se rompían los antiguos vínculos tribales y se construía una nueva sociedad, por lo que todos sentían que aquel templo era el símbolo de una nueva vida.

Mahoma. La Hegira

Aquel periodo de encierro y meditación rindió grandes frutos, aunque sólo en un sentido filosófico o doctrinario, pero la expansión de la fe se había detenido y la condición del profeta no podía haber sido más lamentable, había perdido a su esposa Kadidja y a su tío Abu Talib, quienes eran sus dos grandes apoyos, tanto morales como políticos e incluso financieros. Habían pasado ya diez años desde que recibiera las primeras señales de su misión y la cosecha era demasiado pobre, pues a pesar de que las doctrinas del Islam eran ya parte de una polémica ideológica entre la gente, los verdaderos conversos eran pocos y estaban confusos y desconectados, pues les faltaba una liturgia religiosa que definiera su conducta y su pensamiento, pero sobre todo les faltaba la presencia de su líder. De todo esto estaba consciente el Profeta, y por eso decidió abandonar su refugio y retomar su actividad proselitista, pero buscando la mayor seguridad y eficacia posibles, por lo que aprovechó la llegada del mes sagrado de tregua y peregrinación para salir de su escondite y volver a establecer el contacto con la gente de las tribus foráneas, lo que le había dado muy buenos resultados anteriormente. Después de diez años había comprendido que la ciudad de La Meca no era el terreno propicio para la difusión de su doctrina, pues ahí su palabra y su persona eran interpretados a partir de un conjunto de antecedentes que distorsionaban la comprensión y aceptación del mensaje, por lo que ahí la difusión de la fe no tenía futuro; así que en esta ocasión se propuso hacer contacto con los dirigentes de las tribus de otras regiones, con objeto de encontrar alguna que lo acogiera sin prejuicios y le facilitara el ejercicio comunitario de su religión y su propagación, sin que esto generase los conflictos de su tierra natal.

El último profeta. Movimiento pacífico

El triunfo definitivo, sin embargo, no vendría de la guerra, sino de una acción inteligente y audaz por parte de Mahoma. Acompañado por un millar de musulmanes desarmados se dirigió a su ciudad, que ahora lo tenía como enemigo público, para culminar la sagrada peregrinación que a ningún árabe se le podía prohibir. Sin embargo, los coraixíes de La Meca no estaban dispuestos a permitirle la entrada y mandaron un nutrido grupo armado a su encuentro. Tras una larga negociación, llegaron al acuerdo de que los musulmanes realizarían sus ritos fuera de la ciudad y regresarían a Medina.

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