“El mejor orador es el triunfo” dijo Napoleón, y su razón sólo puede ir en aumento en una sociedad que le rinde culto al ganador. El triunfo marca pautas, hasta el punto de que es tentador pisar las huellas del último ganador, que por obvias sugestiones parece el dueño de una verdad divinamente revelada.
El auténtico líder no es un clon de otro, sino que aprende y adapta para sí mismo lo que considera mejor para su estilo de liderazgo.
Sin pasión humanista no hay líder auténtico. El seductor tiene la cualidad de la esponja: aprende de lo que ve, de lo que siente, de lo que ocurre a su alrededor. Luego hay que pasar por la criba de la reflexión para saber qué le sirve al propio patrón de dirección. El mundo entero es un aula o condición de que se tenga el ansia de conocer.
Sin disciplina o sólo con disciplina un equipo se derrumbará. La visión, el liderazgo o la motivación son medios para la consecución de metas que no se transmiten por imposición sino por persuasión. El problema, en todo caso, no está en elegir entre una u otra (autoridad o persuasión), sino en saber gestionarlas en el momento adecuado. La visión transmite y es aceptada por medio de la persuasión, pero se alcanza a través de una organización disciplinada. El liderazgo no se obtiene imponiéndolo, pero se mantiene, en gran medida, por la gestión adecuada de los recursos. La motivación no sólo se consigue tocando el corazón de las personas, sino también, proporcionando estructuras justas y eficaces. Es necesario que el líder se convenza de que su problema no estriba en tener autoridad sino en merecer esa oportunidad.
¿Existe el líder al que no le guste el poder?
Si los hay, son una excepción a la regla; en general la necesidad de ejercer el poder (entendido como capacidad de influir) es consustancial al líder, por eso debe rechazar el abuso (tan tentador e inmortal) y la ostentación. Es decir, evitar el modelo simbolizado por aquel entrenador de pueblo que, al final de un partido heroico, recibió a sus exhaustos jugadores con esta colosal frase: “Señores, gran partido, tengo que felicitarme a mí mismo”. Por tanto quien ejerce el poder no debe olvidar que:
a) El poder contamina.
Conviene que quienes tengan el mando de una empresa, sea cual sea, se tengan a sí mismos bajo sospecha. Autovigilarse puede impedir la injusticia y evitar la denigración.
b) El poder tiene de compañera a la soledad.
Cuando se ejerce el poder estamos solos, perdemos perspectivas y desenfocamos nuestras referencias. Por ello, debemos aceptar y tener a nuestro lado a alguien que nos dé referencias permanentes. Aquí es donde la figura de Pepe Grillo alcanza su esplendor.
Fuente: Juan Mateo & Jorge Valdano-Liderazgo.
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