¿Alguna vez has viajado de noche en un tren? Afuera está todo oscuro. Tú tienes sueño; empiezas a dormitar. De pronto sientes un sobresalto: ¡El tren está caminando para atrás! Está rodando, rodando rápidamente en dirección contraria a la que llevaba antes. ¡Está regresando a tu pueblo!
Pero ¿Por qué las gentes que van en el tren están tan tranquilas? ¿No se han dado cuenta? O quizá eres tú el que anda equivocado. A lo mejor el tren está yendo hacia adelante. No, porque tú sientes clarísimo que camina hacia atrás.
De pronto se ven unas luces; el tren pasa junto a unas casas iluminadas. Entonces ves que realmente van caminando para adelante. ¡Uf! ¡Qué bueno! Te reclinas tranquilo en el asiento y miras por la ventana. Ahora todo está oscuro otra vez y el tren corre que te corre. Cierras los ojos y te pones a pensar: ¡Qué chistoso que sintiera yo clarito que el tren iba al revés! ¿Y si trato de sentir otra vez lo mismo?
Haces un esfuerzo; como que cambias una palanquita dentro de tu cabeza. ¡Ya! ¡Ya estás sintiendo en tu espalda que el tren va para atrás! Sí, está corriendo, corriendo, corriendo en la otra dirección. ¡Mejor no, mejor que vaya hacia donde tiene que ir! Hay que hacer otra vez un esfuerzo, hay que cambiar otra vez la palanquita.
Aprietas los ojos, inclinas el cuerpo hacia adelante y logras por fin cambiar nuevamente el rumbo del tren. ¡Qué alivio! Sí, vamos bien. Te reclinas en el asiento y te duermes tranquilamente. Si no has viajado de noche en un tren, quizá de todos modos te ha pasado lo mismo, en un camión, por ejemplo, o en un coche. Y tampoco hace falta que esté oscuro: cualquier momento es bueno, con tal de que cierres bien los ojos y pongas todo tu empeño en imaginarte que vas al revés…
Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).
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