Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 1

- Dejen de tocar y apaguen los faroles. Ya vienen – se escuchó decir a alguien en un lugar perdido, de pesadilla, mientras la pupila luminosa del tren se aproximaba lentamente desde la distancia.

- No puedo creerlo, es un tren, un tren de verdad – dijo otra de las siluetas que se habían reunido en la vieja estación de muros agrietados –. Espero que venga cargado como en otros tiempos.

- Sí, eso, como en aquellas tardes de invierno, como entonces, cuando este lugar era hermoso y atraía a los turistas – exclamó emocionado uno más entre la multitud de sombras.

El tren serpenteó a lo lejos, entre la bruma, y como un gigante ensombrecido avanzó sin descanso por la vieja vía mientras las alimañas gemían a su paso, allá entre las tinieblas de ambos lados del camino.

- No sueñen antes de tiempo – espetó la más cristalina de las siluetas, cojeando mientras se aproximaba al andén, dejando que sus ojos buscaran el horizonte para examinar la tersura de aquella bruma y el relampagueante foco delantero del tren que la rasgaba tenuemente al aproximarse –. Puede que sólo sea un tren fantasma, de ésos que vagan por las vías muertas hasta detenerse en algún lugar de las montañas para oxidarse. Pero si de verdad viene cargado, si la gente ha decidido regresar a este lugar para pasar unas vacaciones de ensueño, sufrirán y nosotros volveremos a alimentarnos. No saben lo que les espera.

Sus ojos, inundados de recuerdos, parpadearon delicadamente mientras evocaba la melodía de un reloj de pared y palpaba una de las columnas de la vieja estación, echado sobre ella, aguantando el peso de su débil silueta, mientras vislumbraba el último suspiro visible de la vía.

El tren avanzó en silencio a través de la niebla, como si llegase puntual, para cumplir una promesa que hubiese hecho décadas atrás. Un leve murmullo en el reloj de la estación dio la bienvenida a la medianoche.

En realidad aquellas agujas habían permanecido durante años en aquella misma posición, aunque nunca se habían atrevido a entonar una melodía de campanadas y menos el latido del tic tac.

Las siluetas comenzaron a temblar en el andén en tinieblas, mientras aquel tren cubría los últimos tramos de distancia. El sigilo y la calma parecían invadir el alma de aquellos vagones, aunque en sus compartimientos había varias siluetas sobre los bancos, durmiendo tal vez a la espera de aquella última posta de destino.

- Tiendan las alfombras de lino y cierren los ojos. Ocúltense… – balbuceó la silueta cristalina, poniendo los ojos en blanco –. Espero que sea ella y traiga nuestro anhelado sueño.

- Tengo hambre – gruñó con impaciencia una pequeña figura en la oscuridad.

- Y yo deseo componer una nueva canción – lamentó otro, encogiéndose de hombros.

- Empieza el concierto – dijo finalmente la silueta de cristal, reluciendo sus ojos amarillentos al tiempo que el tren enterraba en el andén.

Sonó una bocina mensajera y la inmensa figura del tren apareció en la estación. Avanzó serenamente, dando su perfil polvoriento al andén, perdiendo velocidad como si adivinase a solas que aquella iba a ser su último destino. Las luces de sus vagones fueron desalentando la oscuridad de la estación hasta que en sus entradas los frenos suspiraron estridentemente y se detuvo para siempre. Comenzó a llover entonces. Nadie invadió el andén para dar la bienvenida al tren. Nadie salió tampoco del interior de aquellos vagones. La estación pareció quedar dormida en su oscuridad nuevamente.

El espanto acechaba tras aquellos muros ennegrecidos y la brumosa ventanilla de venta de billetes.    

Fuente: Julio Ángel Olivares Merino – Terror, Editores Mexicanos Unidos, p. 35 – 36.

El 2° capítulo de este libro lo puedes leer en el siguiente link:

https://divinortv.blogspot.com/2020/10/julio-angel-olivares-merino-la-parada_20.html

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