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Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 10

No tardaron en prenderse las lámparas de gas en los rincones distantes y ensombrecidos de aquella sala, desolada como el alma de un hombre perdido en la nieve. Cada mecha de fulgor iluminó el vacío, la techumbre hilada por algas y gelatina brumosa. Clía enmudeció al oír estelas de un murmullo nublado.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 7

Mientras atravesaba las entrañas de aquella penumbra escuchó el goteo constante de la irrealidad que atería su frente y la escalofriaba. Anhelando llegar al otro extremo del corredor, pasó junto a columnas esbeltas, recias, de aristas musgosas, sobre las que había imágenes de ángeles decapitados en cuyos regazos se esbozaban arpas descoloridas y cuervos de pesadilla, con gusanos y larvas en sus picos. No se escuchaba ruido alguno. Todo parecía esculpido tras el fino encantamiento de una superficie de cristal que acunara y preservara la delicadeza del silencio.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 6

Estuvo tentada a retroceder con cada paso que hiló en dirección a aquella ventanilla de marco astillado, vestida de enredaderas descoloridas e invisibles besos de oscuridad. Un transparente, pero irreal bostezo de voces broncas y estremecedoras acompañó sus movimientos, como si las nubes, apretujadas en su lago de oscuridad en las alturas, estuviesen entonando una nana de sombras y pavor, anunciando la súbita aparición de algo horrible, tal y como ella temía.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 4

- Apresúrese, señorita. Todo está dispuesto. No se quede ahí quieta. Se comprometió con nosotros, ¿recuerda?

Lo primero que vio fueron sus ojos saltones y amarillos, aquellos iris brillantes, acaramelados y los cabellos de su peluca frondosa de muñeca, pelo rojizo, del color de las zanahorias y brillante como las hebras acarameladas y plasticosas de un dulce de cabello de ángel. Aquella mirada parecía algo adormilada bajo el parpadeo nervioso, esclavizado por la ansiedad, y la sombra de sus pestañas rizadas.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 1

- Dejen de tocar y apaguen los faroles. Ya vienen – se escuchó decir a alguien en un lugar perdido, de pesadilla, mientras la pupila luminosa del tren se aproximaba lentamente desde la distancia.

- No puedo creerlo, es un tren, un tren de verdad – dijo otra de las siluetas que se habían reunido en la vieja estación de muros agrietados –. Espero que venga cargado como en otros tiempos.

Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 6

Páginas finales del diario de Leao Talhae.

(Leídas a solas por el comisario de Umbra Noël frente al puente derruido del bosque).

La sombra me cubre. No recuerdo la tonalidad inocente del cielo. Respiro entre suspiros de lodo y rayos de luz enterrada. Sus manos aún palpan mi corazón, pero Inna no está a mi vera. Sólo escucho el constante latido de esos corazones. Los soldados de plomo cantan y desfilan ante mí. Hay varios cuerpos enterrados a mi vera. Siento el paso de los caminantes en la superficie, entre las brumas del bosque. Se detienen por unos instantes ante la ruinosa y espectral barda del puente. Susurran entre ellos. Afirman que aquella noche, la espantosa velada de luna llena, el cielo bramó, desnudando de repente un singular arco iris sobre las tinieblas. En Umbra Noël, las más viejas tiemblan, soñando con pequeños ángeles sin corazón persiguiéndolas en la oscuridad. Yo las he visitado algún atardecer, he sentido cómo me sumergía en sus letargos.

Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 5

Hoja e informe de sucesos rellenado y firmado por el agente de policía Shelvan Valeeh.

Comisaría Central de Umbra Nöel.

Fecha: Lunes, 2 de noviembre.

Hora: 10:45

Todo en orden… todo salvo ese cielo que sigue extrañamente cubierto, cruzado en instantes por estrellas fugaces y helechos de relámpago. Se escuchan los truenos y llueve con cierta intensidad, pero esa oscuridad es más profunda aún que la más opaca y cerrada de las tormentas. No hemos visto amanecer desde el último sábado, desde esa extraña noche de luna llena. El día parece no querer romper en el horizonte. La gente de la ciudad ya cuenta absurdas leyendas por las calles, aquéllos que se atreven a salir de sus casas. Hemos recibido más de una treintena de llamadas telefónicas en las que nos gritan que el mundo ha llegado a su fin. Alguien, al otro lado de la línea, ha llegado a referir algo sobre un extraño arco iris que se desangra en el firmamento.

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