Atzimba

Atzimba (en purépecha significa hermana menor) era hermana del rey Tzimzicha, nieta de Siguanga, quien tenía predilección por ella, por su carácter dulce y amable.

Cuando murió el abuelo, Atzimba se quedó al cuidado de su hermano Tzimzicha, que había heredado el trono; la niña creció lozana y hermosa, pero al llegar a la pubertad mostraba cierta melancolía.

Preocupados los que la rodeaban por esta melancolía fueron a consultar a los sabios y curanderos, llamados xhuríquiecha, quienes opinaron que la princesa estaba hechizada y era necesario distraerla y mandarla a las aguas termales de Zinapécuaro, donde había una posesión real y cuidarían a la delicada Atzimba, que ya cumplía veinte años. Después, la familia y los consejeros y sacerdotes decidieron que la melancólica princesa se limpiara el alma para consagrarla al culto del Sol, como esposa inmaterial del mismo.

Quisiéralo o no, Atzimba pasaba los días entre el balneario y Queréndaro, sin que la dejara su ensoñadora melancolía.

En el reino de su hermano Tzimzicha aconteció un suceso notable que trastornó todo, originando nada menos que un famoso refrán conocido en todo el mundo de habla castellana: "Las de Villadiego" o "Tomar las de Villadiego", refrán que pocos conocen y que nació en México, precisamente en Coyoacán, ya que de allí salió para Michoacán el joven y audaz capitán español Villadiego en un viaje de exploración, del cual no regresó, aunque no falten autores que aseguran que si retornó. Desde entonces se dijo y se sigue diciendo del que tarda o no regresa de un encargo que "tomó las de Villadiego”.

Villadiego salió con instrucciones que le dio Cortés y fue acompañado por diez comisionados aztecas a entablar relaciones con el rey Tzimzicha y sus súbditos de Michoacán. Existen datos históricos de que llegó en un caballo blanco a Taximaloyan el 23 de febrero de 1522, dando inicio a sus gestiones ayudado por los nobles mexicanos que lo acompañaban. El pueblo celebró aquel día las fiestas llamadas precorogua, que consisten en la renovación de los utensilios de cocina.

El capitán Villadiego se acreditó como enviad de Hernán Cortés, que ya estaba posesionado de México.

El jefe militar de la frontera michoacana no se anduvo con miramientos y aprehendió a Villadiego ya los mexicas que lo acompañaban y los llevó al rey Tzimzicha, no sin antes despojar al caballero conquistador de todos los regalos y baratijas que llevaba para agasajar a los indios.

Cuando llegaron los prisioneros al palacio del rey michoacano, Atzimba caminaba por los jardines, y se sorprendió grandemente al ver desfilar a caballo a un gallardo jinete de relumbrantes armas y lucientes atavíos, quedando petrificada. Su impresión fue tan grande que se desmayó, cayendo en tierra tan larga como era; las personas que la cuidaban se asustan tanto procedieron a atenderla y a dar aviso de lo ocurrido.

Atzimba, al parecer, estaba muerta, y que a pesar de que la frotaban y la llamaban no abría los ojos. La llevaron con gran cuidado al Palacio de las Vírgenes del Sol, del que era esposa consagrada. Esperaron a que diera señales de vida, lo que no se consiguió y finalmente fue dada por bien muerta.

A la hora del crepúsculo, que en tarasco se llama inchátiro, fue conducido el cadáver de Atzimba a la yácata inmediata, con grandes ceremonias; depositaron el cuerpo en un tombal subterráneo y rodeado por las vírgenes de pebeteros y los vasos de plata llenos de flores, le dejaron los alimentos acostumbrados según Las creencias religiosas. Las plañideras mujeres lloraban dolorosamente al irse alejando del sitio donde quedaba la bella y melancólica Atzimba.

Entretanto, Villadiego seguía preso en destartalado calabozo temiendo que fuera destinado al sacrificio en Tzintzuntzan, en aras de la diosa Luna.

El preso descubrió que en las paredes de la pieza donde estaba encerrado, había cuarteaduras causadas por un temblor de tierra, así que al tratar de zafar una piedra, logró abrir un boquete, que fue agrandando hasta salir por él. Ya libre, echó a andar por el campo, encontrando un palacio vacío, el Templo del Sol, y más allá, una yácata, donde al pasar escuchó un gemido.

Valeroso e intrigado, pone atención a esos lamentos que se repiten y parecen de mujer. Cuando decide entrar a la yácata, se pasma de lo que oye, y ve a una hermosa y pálida mujer primaveral que yace entre flores y braserillos quejándose débilmente, entreabriendo un poco los ojos cuando él se acerca a mirarla y a decirle una cosa. Villadiego duda entre huir o quedarse allí, y viendo su aspecto lastimero y seductor, le toma una mano y la besa respetuosamente, y lleno de congoja, la oprime después y asegurándose de que aquella mujer está viva y va abriendo los ojos, correspondiente a los besos que él le da. El capitán recordó algunas palabras del náhuatl, y las emplea para hablar con Atzimba, que las entiende, y siguen besándose apasionadamente, hasta que él tiene que despedirse para que no lo descubran, diciéndole que volverá a su lado para adorarla, a lo que contesta la princesa:

- Hasta la noche, amor mío, aquí te espera tu Atzimba.

Es un ir y venir de gente en el palacio de Zinapécuaro. Comentarios, carreras, alegría. Atzimba camina con flores entre los vivos y sus guaránchecha la rodean asombradas y exclaman: ¡Ha resucitado!

El cacique envía a unos mensajeros a Tzintzuntzan para que avisen al rey Tzimzicha lo que ocurre con su hermana. Atzimba, a su vez, envía un recado al monarca suplicándole que venga a verla; que tiene algo muy importante que decirle.

La gente está inquieta y preocupada por el misterio del suceso. Atzimba sólo aparece a la vista de todos al amanecer Mientras, había pasado cuatro noches de amor con su providencial caballero venido de lo desconocido. Él para adueñarse de ella, la bautizó en la tumba con el agua que contenía uno de los búcaros de plata que estaba entre las ofrendas. Por efecto de la muerte se consideraba divorciada del Sol. Podía amar a quien ella quisiera. Ya su vida era otra vida.

En eso llegó el rey Tzimzicha, que es saludado por los sacerdotes, que cuchichean con él. Cuando lo saluda Atzimba, el rey fuego de ira por los ojos. La princesa, llamándolo hermano echa a un lado, le habla así:

"Mi rey y señor: Cuando morí, fui transportada a los cielos, y una voz desconocida, de un ser invisible, me ordenó que regresa a la tierra, para exhortarte a que no te opongas a los hombres blancos que vienen a conquistar estos reinos.

"Su ley es la verdadera."

El hermano rey se indignó al escuchar esto, cuando estaba ya alarmado por la cercanía de los conquistadores.

Tzimzicha se reunió con sus consejeros y sacerdotes para reflexionar sobre el caso discutieron qué castigo se podría aplicar a la princesa. Entre los consejeros se encontraban los hermanos y el Huemaxh o sacerdote mayor, y el de Zinapécuaro, acusando a Atzimba de haberla sorprendido faltando a los votos religiosos que había hecho en honor del Sol, y por la complicidad con un extranjero que, valiéndose de intrigas y de la ayuda de su Dios, la había hecho resucitar mágicamente.

El rey opinó que, según las leyes, debía ser enterrada viva, pena que se aplicaba por perjurio y sacrilegio, pero que, dado que Atzimba resucitaba si viva la sepultaban, tenían que pensar en otro castigo, pero no dijo cuál.

Ellos, los presos, serían sacrificados.

Al otro día se ponen en marcha el rey y su séquito hacia Tzintzuntzan. En la comitiva va Atzimba, llorando, temiendo que algo horrible suceda. El rey ordena que al capitán Villadiego lo trasladen por la noche, para que nadie lo vea. Los diez nobles mexicanos son llevados a Tzintzuntzan y sacrificados a Xaratanga, la Luna. Nada se sabe de Atzimba y de Villadiego, pero esa noche se dispone algo misterioso en contra o a favor de la pareja de enamorados.

De pronto, aparece por la noche una gran canoa en la in­mensa laguna plateada donde van los amantes, quienes son acompañados por algunos nobles de Tzintzuntzan y un resguardo militar. Atzimba y Villadiego están tranquilos, pensando que aquello puede ser un destierro que les impondrán por su falta, y lo aceptan como lo menos malo que les puede suceder. Desem­barcan en Corichero, sitio real de verano, donde se encuentra un palacio suntuoso y en donde ocupan una cámara regia para pasar el resto de la noche. La guardia que los acompaña se co­loca en sitios estratégicos para evitar que alguien interrumpa el sueño de los enamorados.

Al llegar el nuevo día se levantan y les ordenan sus custo­dios seguir el viaje, pasando por Curícuaro, por Pindero y otros lugares, sin saber a dónde los llevan.

Cuando llegan al borde de la Barranca de Jicalan por Cu­rícuaro, la comitiva se detiene. Los custodios se dividen en dos grupos: uno sujetando a Atzimba y el otro se le echa encima a Villadiego. La barranca va creciendo y en su hondura zumba el torrente. Los amantes observan que sus guardias llevan unas provisiones de boca, no se explican para qué. Los guardias atan a Atzimba con una fuerte cuerda de ixtle y a Villadiego con otra y los descuelgan lentamente por el hondo tajo de la barranca, y cuando han llegado a la mitad les gritan que allí se encuen­tra una cueva profunda; que se refugien en ella. Los amantes obedecen, y allí los dejan, retirándose los nobles acompañantes y la escolta.

Reza la tradición que, después de tres siglos, viéndose en la entrada de aquella gruta unas tinajas de agua, el interior de la cueva fue explorado, y fueron hallados dos esqueletos, el de Atzimba y el de Villadiego. Los viajeros que pasan por Ji­calan el Viejo señalan la gruta y recuerdan la leyenda de que allí, hace muchos lustros, estuvo preso de por vida un español enamorado de una virgen indiana que se llamaba Atzimba. La leyenda es inmortal.

Fuente:
Ediciones Leyenda – México y sus leyendas. Compilación, p. 37 – 41.

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