El mayor progreso matemático de los griegos se dio entre los años 300 a. C. y el 200 d. C. Después de esto, los avances continuaron en regiones islámicas. La matemática floreció en particular en Irán, Siria e India. Si bien los descubrimientos no fueron tan sustanciales como los llevados a cabo por la ciencia griega, sí contribuyeron en gran medida a preservar sus obras originales. A partir del siglo XI, Adelardo de Bath y más adelante Fibonacci, introducen nuevamente en Europa esta matemática islámica y sus traducciones del griego.
De
las siete artes liberales en que se organizaban los estudios formales
en la Antigüedad y la Edad Media, la aritmética era parte de las enseñanzas
escolásticas y universitarias. En 1202, Fibonacci, en su tratado “Liber Abaci”, introduce
el sistema de numeración decimal con números arábigos. Las
operaciones aritméticas, aún las más básicas, realizadas hasta entonces con
numerales romanos resultaban muy complicadas; la importancia práctica en
contabilidad hizo que las nuevas técnicas aritméticas se popularizaran
enseguida en Europa. Fibonacci llegó a escribir que “comparado con este nuevo
método, todos los demás habían sido erróneos”.
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