Mahoma. Las batallas silenciosas

La instalación del Islam en el centro del mundo árabe fue un hecho pacífico, pero de cualquier manera un acto de fuerza y la imposición de un cambio muy drástico, tanto para los habitantes de La Meca como para las tribus de la región, quienes sentían estos cambios como una lesión en la sólida estructura social que se fundamentaba en tradiciones ancestrales, por lo que eran reacios a aceptar la nueva religión, y sobre todo someterse a un poder central, que tendía a rebasar el caudillismo que era parte de su sistema de vida.
El ejército de Mahoma se había dividido en múltiples compañías que recorrían el territorio para convencer por medio de la espada a todos los que se negaran a aceptar la doctrina del Profeta; esta política de convencimiento forzado resultaba efectiva y el Islam se iba extendiendo por todo el territorio árabe, pero esta política también generaba una gran oposición, sobre todo entre las tribus beduinas, acostumbradas a la autosuficiencia y a la libertad; a pesar de su acendrado individualismo, estas tribus se unieron para formar un frente común, en defensa de su tradición y su estilo de vida. Al frente de esta confederación estaba Malik Ibn Awf, quien era jefe de la poderosa tribu de los taqifíes, en cuya ciudad, Taif, se había refugiado Mahoma años atrás y había sido violentamente rechazado. 

Como la mayoría de los confederados eran nómadas, no tuvieron empacho en reunirse todos en un gran valle que se llamaba Awtás, a donde establecieron un campamento masivo con las familias enteras, contando con cuatro mil hombres en pie de lucha, lo que era una fuerza considerable, sobre todo porque eran hombres impuestos a los rigores del desierto y grandes conocedores del terreno. 

Los espías de Mahoma le informaron de aquella concentración y éste rápidamente reunió sus fuerzas para ser el primero en dar el golpe; así que se puso en marcha al frente de doce mil hombres bien armados y disciplinados, con quienes se internó confiado en la zona montañosa, pero rápidamente pagaron el precio de su falta de precaución, pues al atravesar un desfiladero, los guerreros de Malik, apostados en lo alto, bañaron de piedras y flechas a la columna de Mahoma, lo que causó la muerte de trescientos soldados, lo que fue una pérdida considerable y causó un gran desconcierto, tanto que al ver que los guerreros agresores bajaban por la ladera para entablar la lucha cuerpo a cuerpo, los soldados de Mahoma emprendieron la huida, sin escuchar las voces de mando que les ordenaban hacer frente al ataque, pues los ofensores eran muy inferiores en número; así que tanto Mahoma como sus generales retrocedieron hasta dar alcance a sus soldados y pudieron reagruparlos, reiniciando la marcha, ahora con más precaución hasta las afueras del valle de Hunain, emplazamiento de sus enemigos. Al ver la magnitud de las tropas de Mahoma la mayoría huyeron por los senderos de las montañas para llegar a la ciudad de Taif y refugiarse ahí, pero Mahoma se enteró de cuál era el destino de los fugitivos y se propuso seguirlos hasta ahí, como una expedición punitiva que al mismo tiempo le permitiría apoderarse de Taif, que consideraba el centro del pecado de idolatría, aunque seguramente también sentía el deseo de vengarse de aquellos que lo habían humillado tiempo atrás. 

La toma de Taif no fue una empresa fácil; el asedio duró más de veinte días y los sitiados rechazaron varios intentos de asalto pues sus murallas eran altas y resistentes. La victoria final era segura para los musulmanes, pues el hambre vencería a los sitiados, pero Mahoma prefirió acelerar las cosas y envió un mensajero a Malik, que era el jefe de la resistencia, ofreciéndole la devolución de todo el botín tomado en Hunain y un regalo de cien camellos si rendía la ciudad y se convertía al Islam. Así lo hizo Malik y seguramente recibió sus cien camellos, aunque no evitó el saqueo de la ciudad ni obtuvo la devolución completa de lo tomado en Hunain, pues Mahoma tuvo que compensar a sus generales y sus tropas, de cualquier manera la conquista de Taifa y el sometimiento de los rebeldes confederados se resolvió de la manera menos cruel posible, y de ahí en adelante la extinción de los fuegos de rebeldía que se encendían por todos lados fue una labor paciente y silenciosa, pero muy eficaz. 



Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 133 – 136.

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