Del nacionalismo árabe al fundamentalismo islámico. Alarma en Occidente

La revolución iraní provocó una enorme convulsión. Nacía un Estado que se construía con principios fundamentalistas; ya no era una mera ilusión ideológica. Occidente, en particular Estados Unidos (y también la URSS, con repúblicas de mayoría musulmana), se alarmó. Lo mismo sucedió en los países musulmanes, máxime cuando la opción islamista suscitó expectativas populares. Para contener el fundamentalismo, a veces se llevaron a cabo cambios políticos, buscando encauzarlo.

No faltaron los mecanismos represivos o la oposición directa, como en el caso de Irak, país que, con explícito apoyo occidental, libró una larga y cruenta guerra con Irán (1980-1988), que a la postre consolidaría la revolución islámica tras resistir el intento armado de suprimirla. 

El fundamentalismo acrecentaría su importancia en las naciones del islam. Diversas razones lo explican. Entre ellas, el desprestigio de los distintos Estados, con frecuencia cohesionados bajo la coerción y sin propuestas ideológicas atractivas. Está también la acción de minorías armadas fundamentalistas, que encabezan la oposición a Occidente y llaman a la guerra santa. E influyen los déficits de la política occidental, basada en intereses económicos y estratégicos, en un conocimiento superficial de la cultura y movimientos ideológicos de los países musulmanes, y en una sumaria creencia de las virtudes de la democracia, a la que se supone un atractivo incluso cuando se le propaga mediante actuaciones militares que contradicen los principios en que se basa. 



Fuente:
Por Manuel Montero en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 94.

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