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La Moral, la Virtud y la Personalidad

La inteligencia por sí sola no puede explicar la naturaleza moral. La moralidad, la virtud, son indígenas a la personalidad humana. La intuición moral, la comprensión del deber, es un componente de la dotación mental humana que está asociada con otros elementos inalienables de la naturaleza humana: la curiosidad científica y el discernimiento espiritual. La mentalidad del hombre trasciende en mucho la de sus primos animales, pero es su naturaleza moral y religiosa la que le distingue del mundo animal.

La respuesta selectiva de un animal se limita al nivel motor de conducta. El supuesto discernimiento de los animales más elevados está en un nivel motor y generalmente aparece tan sólo después de la experiencia motora de prueba y error. El hombre es capaz de ejercer discernimiento científico, moral y espiritual antes de toda exploración o experimentación.

Tan sólo una personalidad puede reconocer lo que hace antes de hacerlo; tan sólo personalidades poseen el discernimiento antes de la experiencia. Una personalidad puede observar antes de saltar y por lo tanto puede aprender de la observación así como de la acción de saltar. Un animal sin personalidad generalmente aprende sólo saltando.

Como resultado de la experiencia, un animal puede examinar las diferentes formas de conseguir una meta y de seleccionar un enfoque basado en la experiencia acumulada. Pero una personalidad también puede examinar la meta misma y juzgar su importancia, su valor. La inteligencia por sí sola puede discriminar en cuanto a la mejor manera de conseguir fines indiscriminados, pero un ser moral posee el discernimiento que le permite discriminar entre los fines, así como también los medios. Y un ser moral al seleccionar la virtud es sin embargo inteligente. Él sabe lo que hace, por qué lo hace, a dónde está yendo, y cómo llegará allí.

Cuando el hombre no consigue discriminar los objetivos de sus luchas mortales, se encuentra funcionando en el nivel animal de la existencia. No ha conseguido aprovechar sus ventajas superiores de esa agudeza material, discriminación moral, y discernimiento espiritual que son parte integral de su dotación de mente cósmica como ser personal.

La virtud es rectitud —conformidad con el cosmos. Nombrar las virtudes no quiere decir definirlas, pero vivirlas es conocerlas. La virtud no es mero conocimiento ni aún sabiduría, sino más bien la realidad de la experiencia progresiva en el logro de los niveles ascendentes de alcance cósmico. En la vida diaria del hombre mortal, la virtud se realiza como la elección uniforme del bien sobre el mal, y dicha capacidad de elección es prueba de la posesión de una naturaleza moral.

La elección del hombre entre el bien y el mal está influida, no solamente por la agudeza de su naturaleza moral, sino también por influencias tales como la ignorancia, la inmadurez, y la ilusión. Un sentido de proporción también tiene parte en el ejercicio de la virtud porque el mal se puede realizar cuando se elige el menor en vez del mayor como resultado de la distorsión o del engaño. El arte de una estimación relativa o de una medida comparativa entra en la práctica de las virtudes del ámbito moral.

La naturaleza moral del hombre sería impotente sin el arte de la medición, la discriminación incorporada en su capacidad de estudiar los significados. Del mismo modo, la elección moral sería inútil sin el discernimiento cósmico que produce la conciencia de los valores espirituales. Desde el punto de vista de la inteligencia, el hombre asciende al nivel de un ser moral porque está dotado de personalidad.

La moralidad nunca se puede promover ni por ley ni fuerza. Es un asunto personal de libre albedrío que debe diseminarse mediante el contagio por contacto de las personas moralmente atrayentes con aquellas que responden menos moralmente, pero que también tienen en cierta medida el deseo de hacer la voluntad del Padre.

Las acciones morales son aquellas realizaciones humanas que se caracterizan por la inteligencia más elevada, dirigidas por una discriminación selectiva en la elección de los fines superiores, así como también en la selección de los medios morales para conseguir esos fines.

Dicha conducta es virtuosa. La virtud suprema, por lo tanto, es elegir de todo corazón hacer la voluntad del Padre en los cielos.


Fuente:
Fundación Urantia, “El libro de Urantia”, p. 212 – 214.

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