…Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en barrancas hondas, de un fondo que se pierde de tan lejano. Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como sí allá abajo lo tuvieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo sobre una piedra de afilar.
—Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo. Dicen que
porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo
verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera.
Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un
sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como
si tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso,
raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala
picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si
se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted.
Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 85
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