Dentro de las limitaciones que le imponen sus propia naturaleza y el mundo que lo rodea, el ser humano procura alcanzar la mayor felicidad posible, para él y para su familia inmediata. Desde temprana edad, el niño aprende que no puede satisfacer todos sus deseos. Dispone de tiempo limitado, de espacio limitado, de fuerza imitada, de recursos limitados. Y la felicidad es un punto en el horizonte, que parece alejarse a medida que nos acercamos a él.
Por otra parte, los deseos, las necesidades y la definición misma de felicidad cambian con el paso del tiempo. El sueño típico de un adolescente es ganar mucho dinero para comprar un auto deportivo. Para el adulto, el auto deportivo ya no parece tan importante y su búsqueda de felicidad se dirige a otros objetivos.
En muchos casos, y en áreas tan diferentes como la superación intelectual, la condición física, la espiritualidad o el bienestar material, cada meta alcanzada se convierte en un punto de partida en el camino hacia metas más elevadas.
Poder, fama, dinero, amor, seguridad, paz, belleza, saber, diversión, familia, honor, patria, misticismo… ocupan lugares diferentes en la escala de prioridades de cada individuo. Incluso, para un mismo individuo, la escala de prioridades se modifica cuando cambian sus circunstancias.
La Ciencia Económica no emite juicios de valor sobre el estado de cosas que diferentes individuos identifican con la felicidad. No se ocupa de definir la felicidad, ni de explicar por qué tal o cual objetivo es importante para tal o cual individuo. El campo de estudio de la Ciencia Económica se circunscribe a los medios escasos que los individuos eligen para alcanzar sus fines.
Fuente: Vive la Economía 1 (Progreso Editorial); C.M. Ayau-El proceso económico. Manual del Estudiante. 1° Parte
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