¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que
de amor.
Amor pasado por agua, a la
vainilla,
amor al portador, amor a
plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor
con leche...
lleno de prevenciones, de
preventivos;
lleno de cortocircuitos, de
cortapisas.
Amor con una gran M, con
una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico,
esperantista.
Amor desinfectado, amor
untuoso...
Amor con sus accesorios,
con sus repuestos;
con sus faltas de
puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones
cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el
corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de
las ranas bajo las ramas,
que arráncalos botones de
los botines,
que se alimenta de encelo y
de ensalada.
Amor impostergable y amor
impuesto.
Amor incandescente y amor
incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es,
simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y
nada más que amor!
Revista Algarabía, No. 125, Febrero 2015, p. 86.
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