"Los envío al mundo para que me representen y actúen como embajadores del reino de mi Padre. Cuando proclamen la buena nueva, pongan su confianza en el Padre, de quien son mensajeros. No resistan a la injusticia por medio de la fuerza; no pongan su confianza en el vigor corporal. Si alguien los golpea en la mejilla derecha, ofrézcanle la izquierda. Estén dispuestos a sufrir una injusticia en lugar de acudir a la ley y atiendan con bondad y misericordia a todos los que están afligidos y necesitados.
"Amen al enemigo, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen y oren por los que los utilizan con malicia. Hagan por los humanos todo lo que crean que yo haría por ellos. Es necesario ponerlos en guardia contra los falsos profetas que vendrán hacia ustedes vestidos de cordero, mientras que por dentro son como lobos voraces. Por sus frutos los conocerán, por eso, en el gran día del juicio del reino, muchos me dirán: ¿No hemos profetizado en tu nombre y hemos hecho muchas obras maravillosas por tu nombre? Pero yo les diré: Nunca los he conocido; apártense de mí, son falsos educadores. Pero todo aquel que escuche esta instrucción y ejecute sinceramente su misión de representarme ante los hombres, como yo represento a mi Padre ante ustedes, encontrará una entrada abundante a mi servicio y en el reino del Padre celestial".
La arenga de Jesús ante los doce apóstoles constituye una filosofía magistral de la vida. Los exhorta a ejercitar una fe experiencial para que no se limiten a depender de un asentimiento intelectual, de la credulidad o de la autoridad establecida.
Jesús abunda en su alocución: "Exijo de ustedes una rectitud que sobrepasará a la de aquellos que intentan obtener el favor del Padre con limosnas, oraciones y ayunos. Si quieren entrar en el reino, tendrán una rectitud basada en amor, misericordia, verdad y el deseo sincero de hacer la voluntad de mi Padre".
Natanael pregunta.
— Maestro, ¿vamos a
dejar algún lugar para la justicia? La ley de Moisés dice: ojo por ojo y
diente por diente. ¿Qué vamos a decir nosotros?
Y Jesús contesta.
— Ustedes
devolverán el bien por el mal. Mis mensajeros no deben luchar y pelear con
armas con los hombres, sino ser dulces con todos. Su regla no será medida por
medida. Los gobernantes de los humanos pueden tener tales leyes, pero no es así
en el reino celestial; la misericordia determinará siempre su juicio y el amor,
su conducta. Y si estas afirmaciones les parecen duras, aún pueden decir que
no a la predicación de la Palabra de mi Padre. Si los requisitos del apostolado
los encuentran demasiado duros, pueden volver al camino menos riguroso.
Al escuchar estas palabras sorprendentes, los apóstoles no saben que decir, hasta que Pedro comenta.
—Maestro, queremos
seguir contigo; ninguno de nosotros quiere volver atrás. Estamos plenamente
preparados para pagar el precio adicional; beberemos la copa. Queremos ser
apóstoles, no simplemente discípulos.
Cuando Jesús escucha esto, les explica.
— Entonces,
estén dispuestos a asumir sus responsabilidades y a seguirme. Hagan sus buenas
acciones en secreto; cuando den una limosna, que la mano izquierda no sepa lo
que hace la mano derecha, cuando oren, háganlo a solas y no utilicen vanas
repeticiones y frases sin sentido. Recuerden siempre que el Padre sabe lo que
necesitan, incluso, antes de que se lo pidan. No acumulen tesoros en la tierra,
sino que, mediante su servicio desinteresado, guarden tesoros en el cielo,
porque allí donde estén sus tesoros, también estará su corazón.
Tomás pregunta.
— ¿Debemos continuar
teniéndolo todo en común?
El Maestro contesta.
— Sí, hermanos míos,
quiero que vivamos juntos como una familia. Una gran obra se les ha confiado y
deseo su servicio unitario, ya que Nadie puede servir a dos señores a la vez.
No pueden adorar sinceramente a Dios y estar al servicio del dinero de todo
corazón. Han aprendido que manos serviciales y corazones diligentes no pasan
hambre, tengan la segundad de que el Padre no se olvida de sus necesidades, por
eso, no se preocupen demasiado por el mañana, a cada día le basta su propio
anhelo.
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 103 – 107.
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