Mahoma. El año del luto

El momento de mayor peligro para Mahoma y sus correligionarios fue el estado de sitio al que se los sometió en el castillo de Abu Talib; en aquellos momentos ellos no contaban con suficientes fuerzas para luchar contra un enemigo poderoso y el apoyo popular era muy escaso; pero esa situación se superó de manera casi milagrosa, y en alguna medida se revirtió a favor de los musulmanes, pero no tanto como para que ellos pudieran considerarse triunfadores, pues pasados tres años desde aquella crisis las contradicciones continuaban y el decreto en contra de Mahoma y sus seguidores seguía pegado en la Kaaba, por lo que permanecía vigente, pero no en todas sus cláusulas, pues por efecto del tiempo, algunas partes del decreto ya eran ilegibles; finalmente la humedad terminó borrando casi todas las palabras, con excepción de las primeras: En tu nombre, Dios Todopoderoso..., y lo demás ya era ilegible, por lo que la gente simplemente consideró que el decreto estaba anulado y nadie puso reparo alguno en que Mahoma y sus seguidores regresaran a La Meca. Algunos escritores musulmanes sugieren que fue la voluntad de Alá la que borró el decreto y con ello liberó a su profeta del anatema que se cernía sobre él; pero independientemente de las creencias que motiva la fe, la realidad fue que en esos tres años los detractores de Mahoma, con Abu Sufián a la cabeza, habían disminuido, mientras que los adeptos o simples simpatizantes habían aumentado considerablemente, no sólo en La Meca, sino en muchas regiones árabes, por lo que aquel decreto, y en general la hostilidad de los detractores había perdido fuerza, al grado de que la situación se estaba revirtiendo a favor de los musulmanes, pues las conversiones aumentaban grandemente, por lo que todo iba viento en popa para el profeta; pero pronto habrían de aparecer dos grandes sombras en su camino; la primera de ellas fue la muerte de su tío y protector Abu Talib, quien fue muy longevo para los estándares de la época, pues murió a los ochenta años de edad. Algunos autores dicen que en sus últimos momentos abrazó la fe del Islam, aunque otros dicen que solamente renunció a sus creencias idólatras, pero que permaneció fiel a las tradiciones de sus ancestros; cualquiera que haya sido el caso, para Mahoma y sus fieles fue una gran pérdida, pues Abu Talib seguía siendo un elemento de cordura en medio de la contienda ideológica y política.

Pero el dolor del profeta se multiplicó cuando apenas tres días después murió su esposa Kadidja, quien tenía sesenta y cinco años. Mahoma manifestaba una gran tristeza por ambas pérdidas y se declaró en condición de luto durante una larga temporada, por lo que en la historia del Islam se le llama el "año del luto". 

Se dice que Mahoma fue siempre fiel a su esposa Kadidja, y en los años que permanecieron juntos él no aceptó el tener otras esposas, lo que era permitido e incluso bien visto por la tradición árabe; esta permisividad, exclusiva de los varones, pasó a la doctrina del Islam, que permite a sus fieles el tener hasta cuatro esposas, pero Mahoma no se ajustó a esa ley, pues como profeta (según él mismo) no estaba sujeto a las leyes de los simples mortales. Así que pasado un mes de la muerte de Kadidja, y a pesar de encontrarse en luto, Mahoma contrajo un primer matrimonio con una niña muy bella, llamada Aixa, quien era hija de uno de sus principales discípulos, Abu Bakr; es de suponerse que esta boda fue motivada por necesidades políticas, más que personales, pues Aixa tenía solamente siete años cuando se casó con Mahoma, por lo que la consumación de la boda se pospuso para dos años más tarde; mientras tanto la niña debía completar su educación, para llegar a ser la digna esposa del Profeta, aunque ya todo mundo sabía que ella sería una entre varias esposas; sin embargo se dice que Mahoma conservó siempre un gran afecto por Aixa, pues fue la única que llegó a sus brazos en estado virginal, dado que en sus otros matrimonios, que probablemente también tenían motivos políticos, sus mujeres ya habían tenido relaciones maritales; tal era el caso de Sawda, quien era viuda de Sukrán, quien había sido uno de sus más fieles seguidores, además de los primeros, pues ellos habían formado parte del primer grupo que se había exiliado en Abisinia en los tiempos de las primeras persecuciones. Cuenta la tradición que, durante su exilio, Sawda tuvo un sueño en el que se vio en brazos del Profeta; al contarle ese sueño a su marido, éste lo interpretó como un presagio de su propia muerte y le pidió a su esposa que cuando eso sucediera, ella debía acogerse a la protección del Profeta; tal vez por eso Mahoma la tomó por esposa, aunque parece que el matrimonio nunca se consumó, después de un tiempo Mahoma pretendió repudiarla, pero ella le suplicó que no lo hiciera y que le siguiera concediendo el estatus de esposa, renunciando ella al lecho conyugal a favor de Aixa, lo que parece que satisfizo al Profeta, quien permaneció casado con ella. 

La muerte de Kadidja fue una pérdida sensible para Mahoma, aunque su duelo fue manejado de la manera que ya hemos visto; pero la pérdida de Abu Talib no pudo ser transformada en algo positivo; por el contrario, sus consecuencias fueron negativas en todo sentido, pues desaparecido el respetado patriarca, no había nadie que pudiera mesurar la hostilidad de Abu Sufián y de Abu Chahl, quienes fueron recuperando sus fuerzas por medio de la intriga y el manejo de las ambiciones personales entre los coraixíes, quienes pronto organizaron un frente de lucha en contra de los musulmanes y comenzaron una campaña de abierta hostilidad, lo que llegó a convertirse en una situación tan delicada que Mahoma consideró peligroso el seguir viviendo en La Meca y prefirió marchar al exilio, para reorganizar sus fuerzas y elaborar las futuras estrategias para la difusión del Islam; entonces se hizo acompañar solamente por Zaid, quien había sido su esclavo, y con él se refugió en Taif, que era una pequeña ciudad amurallada que se encontraba a cien kilómetros de La Meca, lo que en esos tiempos era una distancia considerable. Mahoma eligió esa ciudad porque uno de sus tíos, llamado Al Abbás, era dueño de tierras en esa región, que era un verdadero vergel, a comparación del resto del territorio entre esa ciudad y La Meca. Todo parecía adecuado para la obtención de nuevos prosélitos en estas tierras privilegiadas, pero fue precisamente al contrario, pues en esta región se practicaba una idolatría recalcitrante, dado que se trataba de una comunidad agrícola, por lo que los cultos de la fertilidad eran muy socorridos, especialmente se adoraba a la diosa Al Lat, a quien se consideraba hija de dios y por supuesto patrona de las cosechas, que en aquellas tierras eran generosas, por lo que los habitantes de Taif no pudieron menos que sentirse ofendidos cuando un predicador foráneo hablaba de la falsedad de sus dioses, y sobre todo de sus diosas. Así que Mahoma no pudo estar en esa ciudad más que un mes, pretendiendo ganar prosélitos por medio de sus explicaciones basadas en el Corán; pero lo único que consiguió fue la animadversión de los habitantes de Taif, quienes terminaron por reunirse en multitud y echar a Mahoma y a su fiel Zaid, persiguiéndolos y abucheándolos mucho más allá de los muros de la ciudad. 

La experiencia de Taif fue más que frustrante, ignominiosa; además de que dejó al profeta en total desamparo, pues había perdido su refugio y no era prudente el regresar a La Meca; así que prefirió quedarse en el desierto y enviar a Zaid para que buscara un lugar secreto en La Meca o sus alrededores. Mahoma se construyó un refugio de campaña en el valle de Najla, justo a la mitad del camino entre La Meca y Taif, donde se quedó en completa soledad, por lo que se puso a meditar como lo hacía antes en su cueva de la colina; en estas condiciones volvió a tener visiones de índole sobrenatural, una de las cuales fue particularmente conmovedora para el profeta, pues de pronto se apareció una verdadera legión de genios, que en las tradiciones árabes son una especie de entidades elementales, pero dotados de inteligencia y voluntad, a la manera de los gnomos o las hadas occidentales; los genios, igual que las personas, pueden elegir entre el bien y el mal, entre el vicio y la virtud. El Profeta pretendió no hacer caso de la presencia de aquellas entidades y se puso a leer el Corán en voz alta para distraerse y mostrarles su indiferencia, pues era conocido que esos seres podían ser muy molestos y hasta dañinos si se les prestaba atención; pero, para sorpresa del profeta, los genios guardaron silencio y se pusieron a escuchar, cuando terminó la lectura, los genios parecían impresionados por aquellas ideas y se decían unos a otros que estaban convencidos de la veracidad de aquellas palabras y que de ahora en adelante marcharían por el camino del bien. Aquellas expresiones hicieron que el Profeta olvidara sus penurias y sus fracasos, pues entendía que la palabra de Dios era tan poderosa que podría llegar al corazón inclusive de seres elementales, como aquellos genios, y que tarde o temprano los hombres se abrirían a la verdad, por más que ahora se aferrasen a sus creencias primitivas y se refugiaran en la ignorancia. 


Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 65 – 70.

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