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Mahoma. La Hegira

Aquel periodo de encierro y meditación rindió grandes frutos, aunque sólo en un sentido filosófico o doctrinario, pero la expansión de la fe se había detenido y la condición del profeta no podía haber sido más lamentable, había perdido a su esposa Kadidja y a su tío Abu Talib, quienes eran sus dos grandes apoyos, tanto morales como políticos e incluso financieros. Habían pasado ya diez años desde que recibiera las primeras señales de su misión y la cosecha era demasiado pobre, pues a pesar de que las doctrinas del Islam eran ya parte de una polémica ideológica entre la gente, los verdaderos conversos eran pocos y estaban confusos y desconectados, pues les faltaba una liturgia religiosa que definiera su conducta y su pensamiento, pero sobre todo les faltaba la presencia de su líder. De todo esto estaba consciente el Profeta, y por eso decidió abandonar su refugio y retomar su actividad proselitista, pero buscando la mayor seguridad y eficacia posibles, por lo que aprovechó la llegada del mes sagrado de tregua y peregrinación para salir de su escondite y volver a establecer el contacto con la gente de las tribus foráneas, lo que le había dado muy buenos resultados anteriormente. Después de diez años había comprendido que la ciudad de La Meca no era el terreno propicio para la difusión de su doctrina, pues ahí su palabra y su persona eran interpretados a partir de un conjunto de antecedentes que distorsionaban la comprensión y aceptación del mensaje, por lo que ahí la difusión de la fe no tenía futuro; así que en esta ocasión se propuso hacer contacto con los dirigentes de las tribus de otras regiones, con objeto de encontrar alguna que lo acogiera sin prejuicios y le facilitara el ejercicio comunitario de su religión y su propagación, sin que esto generase los conflictos de su tierra natal.

Mahoma. El año del luto

El momento de mayor peligro para Mahoma y sus correligionarios fue el estado de sitio al que se los sometió en el castillo de Abu Talib; en aquellos momentos ellos no contaban con suficientes fuerzas para luchar contra un enemigo poderoso y el apoyo popular era muy escaso; pero esa situación se superó de manera casi milagrosa, y en alguna medida se revirtió a favor de los musulmanes, pero no tanto como para que ellos pudieran considerarse triunfadores, pues pasados tres años desde aquella crisis las contradicciones continuaban y el decreto en contra de Mahoma y sus seguidores seguía pegado en la Kaaba, por lo que permanecía vigente, pero no en todas sus cláusulas, pues por efecto del tiempo, algunas partes del decreto ya eran ilegibles; finalmente la humedad terminó borrando casi todas las palabras, con excepción de las primeras: En tu nombre, Dios Todopoderoso..., y lo demás ya era ilegible, por lo que la gente simplemente consideró que el decreto estaba anulado y nadie puso reparo alguno en que Mahoma y sus seguidores regresaran a La Meca. Algunos escritores musulmanes sugieren que fue la voluntad de Alá la que borró el decreto y con ello liberó a su profeta del anatema que se cernía sobre él; pero independientemente de las creencias que motiva la fe, la realidad fue que en esos tres años los detractores de Mahoma, con Abu Sufián a la cabeza, habían disminuido, mientras que los adeptos o simples simpatizantes habían aumentado considerablemente, no sólo en La Meca, sino en muchas regiones árabes, por lo que aquel decreto, y en general la hostilidad de los detractores había perdido fuerza, al grado de que la situación se estaba revirtiendo a favor de los musulmanes, pues las conversiones aumentaban grandemente, por lo que todo iba viento en popa para el profeta; pero pronto habrían de aparecer dos grandes sombras en su camino; la primera de ellas fue la muerte de su tío y protector Abu Talib, quien fue muy longevo para los estándares de la época, pues murió a los ochenta años de edad. Algunos autores dicen que en sus últimos momentos abrazó la fe del Islam, aunque otros dicen que solamente renunció a sus creencias idólatras, pero que permaneció fiel a las tradiciones de sus ancestros; cualquiera que haya sido el caso, para Mahoma y sus fieles fue una gran pérdida, pues Abu Talib seguía siendo un elemento de cordura en medio de la contienda ideológica y política.

Mahoma. Kadidja, la compañera

El primer viaje que realizó entusiasmó tanto al joven Mahoma que a partir de ahí se convirtió en un activo comerciante y acompañó a sus tíos en varios viajes; cuando tenía dieciséis años marchó al Yemen con su tío Zubair, aunque en esta ocasión no era una mercancía común la que llevaban, sino armas para abastecer a la tribu de los kiraníes, quienes luchaban contra los Hawazin, siendo éste el primer contacto de Mahoma con la guerra, lo que también puede considerarse un antecedente formativo, pues el Islam no solamente se diseminó con la fe y el Corán, sino también con la espada, lo que no es parte de su concepción filosófica y religiosa, pero sí de las condiciones históricas en las que evolucionó.

Mahoma. Los primeros viajes

Habiendo cumplido los doce años, Mahoma se consideraba ya un hombre en su cultura, pues la dureza de la vida árabe no consentía una larga infancia. Como ya hemos dicho, el niño había sido adoptado por el tío Abu Talib, quien, además de ser guardián de la Kaaba y uno de los seis jerarcas de la ciudad, era un verdadero empresario comercial, siguiendo la tradición que había llevado a la familia al encumbramiento; él controlaba las caravanas que comerciaban con Siria y el Yemen, que llegaban hasta la casa de la familia para depositar sus mercancías, y probablemente algunos de los comerciantes eran hospedados ahí mismo, por lo que el niño tenía oportunidad de conversar con ellos y escuchar sus relatos, lo que llenaba su imaginación de fantasías y su voluntad de viajar era muy grande, por lo que al cumplir los doce años hizo valer su condición de joven con derecho a la autodeterminación y le pidió al tío que lo integrara a la caravana que partiría hacia Siria, a lo que accedió Abu Talib.

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