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Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 2

Jueves, dos noches antes de plenilunio.

Sobre el eco de las campanadas de medianoche.

¡El Diablo se la lleve como esposa! Quiera Dios que logre contener este escalofrío que me recorre. Mi jubón gotea allí abajo, empapado en el vestíbulo, colgado de una de las perchas de roble. No fue un espejismo lo que contemplé. La bruja dejó el soldado de plomo en ese árbol del silencio y, al poco tiempo, desapareció entre la espesura, al menos eso fue lo que vi a través del ventanal. Todo ha sido en vano, sin embargo. No he podido hallar el guiñapo y tampoco he visto huellas en el lodo que me ayudasen a seguir la estela de la bruja, aunque la he presentido en la profundidad de ese infierno de arboleda. Tan sólo he escuchado un constante balido lastimero, como de una oveja descarriada en la penumbra del bosque. No me he atrevido a adentrarme en las sombras. No había luna, ni siquiera su creciente perfil, que iluminase mis pasos.

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