Había una vez un rey a quien le encantaba oír cuentos. Apenas se terminaba uno cuando ya quería que otro cuento empezara, y no había narrador que aguantara ese maratón. El rey era caprichoso como un niño malcriado, y a tanto llegó su deseo de escuchar cuentos, que no se tentó el corazón y ofreció la mano de su hija al hombre que fuera capaz de contarle un cuento que no terminara nunca. “Cuando yo muera – decía -, él heredará mi reino, pero si no puede continuar el cuento indefinidamente, le cortaré la cabeza”.
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El cuento de nunca acabar
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Ciudadano del mundo, economista de carrera, bloguero por pasatiempo, docente por situaciones del destino
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