Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de
savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay
una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros
con una abrumadora cualidad de espejo.
Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 34.
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