Clía empujó la puerta y sus yemas se hundieron en el tacto de aquella seda. En breves instantes estaba ya dentro de una singular habitación.
- Bienvenida Clía – dijo una voz nasal, con cierto matiz de feminidad, desde la profundidad de la estancia.
Clía empujó la puerta y sus yemas se hundieron en el tacto de aquella seda. En breves instantes estaba ya dentro de una singular habitación.
- Bienvenida Clía – dijo una voz nasal, con cierto matiz de feminidad, desde la profundidad de la estancia.
Nicolás Mangana era un campesino pobre pero ahorrativo. Su mayor ilusión era juntar dinero para comprar unos puercos y dedicarse a engordarl...