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Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 11

Apenas abrió los ojos, Clía sintió que dos siluetas, dos trenes de fugaz estela se entrecruzaban frente a sus ojos.

Oyó como bramaban los horizontes llenos de luces de neón y barandillas oxidadas. Acababa de concluir su viaje imaginario.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 10

No tardaron en prenderse las lámparas de gas en los rincones distantes y ensombrecidos de aquella sala, desolada como el alma de un hombre perdido en la nieve. Cada mecha de fulgor iluminó el vacío, la techumbre hilada por algas y gelatina brumosa. Clía enmudeció al oír estelas de un murmullo nublado.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 9

Clía empujó la puerta y sus yemas se hundieron en el tacto de aquella seda. En breves instantes estaba ya dentro de una singular habitación.

- Bienvenida Clía – dijo una voz nasal, con cierto matiz de feminidad, desde la profundidad de la estancia.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 4

- Apresúrese, señorita. Todo está dispuesto. No se quede ahí quieta. Se comprometió con nosotros, ¿recuerda?

Lo primero que vio fueron sus ojos saltones y amarillos, aquellos iris brillantes, acaramelados y los cabellos de su peluca frondosa de muñeca, pelo rojizo, del color de las zanahorias y brillante como las hebras acarameladas y plasticosas de un dulce de cabello de ángel. Aquella mirada parecía algo adormilada bajo el parpadeo nervioso, esclavizado por la ansiedad, y la sombra de sus pestañas rizadas.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 3

Entornando sus ojos, quizás pensativa o tal vez incapaz de soportar el espanto que le producía encarar aquella oscuridad en la que le pareció oír risas ahogadas, Clía salió del compartimiento con el estuche en su regazo, no sin antes haber besado los chaquetones de sus padres. Se dispuso a cruzar el pasillo del vagón para alcanzar aquella puerta de recios cerrojos y pomo dorado que la llevaría al exterior.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 2

Despertó tiritando, acurrucada entre los mullidos chaquetones de sus padres, buscando de inmediato, con aquel palpar nervioso y el desconsuelo de sus pupilas, la cálida mano de su madre. Sólo sintió el vacío más desesperado y el frío tacto de aquel banco de lona.

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