Un día. Ramón
buscaba un sombrero viejo para jugar a los piratas. Entre los tiliches encontró
un reloj que no tenía números. Y se le ocurrió arreglarlo.
Ramón salió de su
casa en busca de los números. Después de mucho caminar encontró al número 1.
Trabajaba de arpón con un viejo pescador.
El 2 trabajaba de
pato en una caseta de feria. Ramón comprendió que aquel número ya nunca podría
vivir quieto, en la esfera de un reloj.
El número 3 estaba
en un museo. Hacía de gaviota dentro de un cuadro que representaba la playa y
el mar.
El número 4 hacía
de patas de cigüeña en lo alto de un campanario.
El número 5
trabajaba en una señal de tránsito de: “Prohibido circular a más de 50
kilómetros por hora”.
El 6 trabajaba de casa
para un caracol.
El número 7
trabajaba de siete en el traje de un payaso de circo.
El 8 hacía de nube.
Nube oscura que llovería sobre las plantas para hacerlas florecer.
El 9 trabajaba de
lazo en otro circo. Un vaquero lo hacía girar sobre su cabeza.
El número 10 era el
aro de un niño que corría y corría por el parque. Guiaba con el 1 para que el 0
no se escapara.
Encontró al 11 en
un campo de deportes. Los dos unos sostenían un listón. Y una fila de atletas
esperaba su turno para saltar.
El 12 trabajaba con
un encantador de serpientes. El 1 era la flauta el 2, la serpiente.
Como todos los
números ya estaban ocupados y trabajaban felices, Ramón volvió a su casa, cogió
la caja de los colores y subió al cuarto de los tiliches. Allí pintó los números
en la esfera del reloj. Unos números brillantes, de todos los colores, y una
que otra flor.
Cuando el último
número y la última flor estuvieron pintados, el reloj dejó oir su tic-tac
monótono y alegre.
Fuente: SEP – Mi Libro de Segundo. Parte 2
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