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Nellie Campobello – Una mujer inolvidable

Para ella no existía eso que la gente llama días desgraciados; no se quejaba. Nosotros desconocíamos la tristeza. Todo era natural en nuestro mundo, en nuestro juego. La risa, las tortillas de harina, el café sin leche, las caídas y descalabradas, los hombres que pasaban corriendo en sus caballos, las noches sin estrellas, las lunas o el mediodía: todo, todo era nuestro, porque ésa era nuestra vida. Los cantos de mamá, sus regaños y su cara preciosa eran también nuestros. Parecíamos viejitos con ojos que se arrugaban para distinguir la vida, la luz, las tazas, las puertas, los panes. Nuestras piernas flaqueaban al tratar de subir o bajar. La falda de ella era el refugio salvador. Podía llover, tronar, caer centellas, soplar huracanes: nosotros estábamos allí, en aquella puerta gris, protegidos por ella. Su esbelta figura, con el caer de los pliegues de su enagua, hacía que nuestros ojos vieran una mamá inolvidable.

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