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Contribución cualitativa y cuantitativa de la empresa al bienestar social




Bien podríamos preguntarnos si la mera existencia de la empresa en nuestro mundo no representa, por sí misma, un importantísimo aporte al bienestar social, habida cuenta de que ella ha traído consigo innumerables beneficios, entre ellos la creciente participación de los accionistas en la propiedad de los medios de producción.

Al estudiar la evolución histórica de la empresa, Micklethwait y Wooldrige (The Company, A Short History of a Revolutionary Idea. Nueva York: Modern Library Chronicles) llegan a la conclusión de que a pesar de que la empresa ha atravesado por épocas especulativas, turbulentas y, en ocasiones, truculentas, especialmente en los inicios del capitalismo salvaje, “las compañías se han tornado más éticas; más honestas; más humanas, más socialmente responsables”. A ello no solamente ha contribuido la correspondiente política económica a través de la sanción de normas legales y una vigilancia más estricta, sino las propias empresas mediante iniciativas hechas en su empeño por adaptarse a los tiempos modernos. Tampoco debemos pasar por alto que los vicios empresariales de antaño no eran patrimonio exclusivo de los empresarios, sino producto de la tendencia dominante de la época, consecuencia de los sistemas de gobierno absolutistas, nepóticos y carentes de un eficiente control democrático.

En las sociedades democráticas, pluralistas por esencia, es obvio que los valores de la cultura corporativa en las innumerables empresas no sean coincidentes; los matices y énfasis varías de país a país, de región a región, de sector a sector y de empresa a empresa. Pero cualquiera que sea el estilo, existe una estrecha interdependencia entre los valores corporativos y aquellos de la sociedad, porque los primeros influyen en el bienestar de la plantilla y de la sociedad, al postular y practicar – las empresas – principios como la protección ambiental, la divulgación y extensión de la cultura, el espíritu cívico, la ayuda humanitaria, la igualdad de sexos y razas, la mayor participación de los empelados en las decisiones y gestión, etcétera. Políticas que inciden positivamente en la calidad de vida y aumentan el bienestar social, aunque estas mismas hayan contribuido también, en muchas ocasiones, a causar daños y perjuicios, pero no siempre imbuidas por el deseo exagerado de lucro, como en ocasiones se afirma, sino por la carencia de una conciencia colectiva o porque la tecnología no ofrecía todavía los instrumentos adecuados para evitarlo.

Fuente: Vive la Administración II, Progreso Editorial; C. Pieschacón Velasco – Empresa y bienestar social (Ediciones Círculo de Empresarios).


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