Una organización debe tener como objetivo fundamental satisfacer adecuadamente las necesidades y deseos no sólo de sus accionistas, sino también de sus colaboradores, proveedores, distribuidores y de la sociedad en general, de tal manera que las utilidades sean el resultado de ello.
La empresa debe ocuparse primero por ofrecer al mercado productos y servicios altamente competitivos y con características y atributos capaces de satisfacer plenamente a sus consumidores y usuarios, que produzcan importantes volúmenes de venta y, por lo tanto, utilidades.
Una empresa que no es capaz de generar beneficios económicos no puede subsistir, y si bien, el recurso humano es el más importante, sin dinero no podría pagar sueldos y prestaciones y mucho menos, adquirir insumos, maquinaria y equipo para producir. Más aún, es impensable considerar la reinversión o crecimiento de dicha empresa. Es por ello que las utilidades representan la posibilidad de seguir operando y, sobre todo, una oportunidad de desarrollo.
En el caso de las instituciones públicas y gubernamentales, su principal meta es la de brindar servicios oportunos y de calidad, claro que con base en un presupuesto que debe optimizarse, ya que en este caso no podemos hablar de utilidades pero sí de que éstas podrían equipararse a los resultados y a la posibilidad de seguir operando eficientemente.
Así pues, la rentabilidad es el potencial que tienen una empresa o negocio para producir resultados financieros de manera óptima, es decir, utilidades como ganancia de la inversión y recursos para refinanciar el adecuado mantenimiento y desarrollo de la organización. Asimismo, es un índice que calcula la relación entre la utilidad y los recursos que se emplearon para alcanzarla.
Para medir la rentabilidad existe la siguiente fórmula:
Fuente: Vive la Administración II, Progreso Editorial.
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