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Jalid ibn al – Walid

Jalid ibn al-Walid nació en La Meca, en el seno del clan de los quraysíes, enemigos ancestrales del profeta Mahoma. Fue además el gran artífice de la victoria de sus conciudadanos frente al ejército del Profeta en Uhud (625). Un año antes, su hermano había caído prisionero en la batalla de Brad convirtiéndose al islam, decisión que finalmente también tomó Jalid, jurando lealtad a Mahoma. Cimentó su leyenda en la invasión de la Persia sasánida, conquista que ejecutó con admirable efectividad en pocos años. Su siguiente cometido, no menos exitoso, fue la conquista de la Siria bizantina, pero no sin la oposición del califa Ornar, que optó por relegarlo del mando en favor de Abu Ubaidah. Era un general escasamente competente pero más piadoso que Jalid quien, no obstante, tuvo el buen juicio de delegar su poder en los momentos más comprometidos.

Batallas de Yarmuk y Poitiers

Yarmuk (636).

Esta contienda decidió la suerte en la guerra contra el Imperio Bizantino por la conquista de Siria. Con Jalid ibn al-Walid al mando de las tropas musulmanas, Fueron seis días de cruenta batalla con tormentas de arena y escasez de agua en torno al río Yarmuk, circunstancia que favoreció la resistencia islámica. Allí, Jalid diseñó uno de los movimientos envolventes de caballería más célebres de la Historia, pese a la notable superioridad del ejército bizantino, que extendió su línea de forma excesiva para aprovechar su superioridad numérica, sacrificando así la cohesión de las líneas.

De la meteórica expansión árabe a los ejércitos califales

Es uno de los grandes rompecabezas de la historia universal: ¿Cómo una indisciplinada horda de guerreros sin más tradición bélica que el ejercicio de la razia en un contexto intertribal fue capaz, en menos de dos décadas, de construir un imperio que superaba en extensión al romano en el cénit de su esplendor? La respuesta exige remitirse a la prehistoria del islam para reinterpretar la figura de Mahoma como el primer gran líder militar de la historia musulmana. El Profeta fue un excepcional conductor de hombres y, no menos importante, el personaje que cohesionó los intereses de las tribus árabes en aras de un objetivo común. Este propósito exigía zafarse de las más arraigadas tradiciones guerreras arábicas y renunciar al principio esencial que regía los escarceos bélicos entre tribus: poca agresividad y menos bajas. Mahoma fue el arquitecto de un ejército —no de guerreros sino de soldados— que basó su eficacia en tres pilares: disciplina, entusiasmo y mentalidad agresiva.

Yihad y guerra santa

Según la tradición coránica, dos son los tipos de yihad: la “gran yihad” y la “pequeña yihad”. La primera incita a la lucha interna en un contexto de crecimiento espiritual; sólo la segunda sanciona el ejercicio de la guerra como vehículo de inmersión en el islam. Con toda seguridad, la puesta por escrito del Corán es posterior a la muerte del Profeta y recoge múltiples contradicciones resultantes de la recopilación de revelaciones surgidas en momentos históricos diferentes. Así, a lo largo del Corán encontramos suras que se oponen abiertamente a la guerra, otras consienten la guerra defensiva y otras más abogan por un modelo agresivo de expansión del islam. 

El Corán. Palabra de Dios. Misión cumplida

Pacificada Arabia, Abu Bakr y su sucesor, Umar, proyectaron el ardor guerrero y las ansias de botín de las tropas musulmanas hacia los confines de Bizancio y Persia, imperios exhaustos tras siglos de conflictos. En apenas una década, el territorio controlado por los musulmanes superaba los desiertos de Egipto y se alargaba hacia las estribaciones de la India. La amplitud de las conquistas y la natural desaparición de aquellos que conocieron al Profeta y convivieron con él comenzaban a amenazar su mensaje. La lejanía de las provincias causaba que, en muchas ocasiones, los gobernadores tuvieran dudas sobre la aplicación de la ley y optaran por el derecho consuetudinario de las poblaciones que regían. Además, los nuevos conversos abrazaban el islam desde sus creencias anteriores -principalmente el cristianismo— y amenazaban con contaminar una religión en la que hallaban múltiples similitudes. Abu Bakr intuyó la solución: había que fijar la revelación por escrito.

Los cinco pilares del Islam

La oración.

Los arkan al-lslam son los cinco preceptos Fundamentales que todo musulmán debe cumplir. Uno de ellos (el segundo) implica rezar cinco veces al día, mirando a La Meca. Se puede realizar en cualquier parte, solo o acompañado, pero la oración comunitaria tiene todavía más valor.

El Corán. Palabra de Dios. La esencia

Para poder profundizar en la esencia de El Corán, conviene sumergirse antes en la tierra y en la sociedad en la que emergió: la Arabia del siglo VII. 

Era una vasta extensión de arena, montes y rocas salteada de oasis en la que diversas tribus luchaban por el control del comercio y los escasos acuíferos. Aparte de cierto pastoreo, las principales actividades eran el trasiego de caravanas y el pillaje. Las mercancías se desembarcaban en el puerto yemení de Adén y eran transportadas en largas hileras de camellos hasta el acaudalado oasis de La Meca, patria de mercaderes paganos, adoradores de betilos. El más importante de éstos era un trozo de obsidiana -la célebre Piedra Negra-, que se veneraba en un santuario cúbico conocido como la Kaaba. Desiertos y oasis hospedaban también diferentes comunidades de judíos y cristianos. La colonia judía más poderosa habitaba en el palmeral de Medina, donde Mahoma halló refugio en el año 622, cuando huyó de la animadversión de sus conciudadanos de La Meca, suceso conocido como la Hégira. 

¿Caben las interpretaciones?

La palabra Corán significa en árabe "recitación" y está emparentada con la raíz siríaca queryaná (lectura litúrgica). Es conocido también con otros nombres, como AI-Huda (la guía), Zihralah (el pensamiento de Dios) o AI-Furqan (el criterio).

El último profeta. Movimiento pacífico

El triunfo definitivo, sin embargo, no vendría de la guerra, sino de una acción inteligente y audaz por parte de Mahoma. Acompañado por un millar de musulmanes desarmados se dirigió a su ciudad, que ahora lo tenía como enemigo público, para culminar la sagrada peregrinación que a ningún árabe se le podía prohibir. Sin embargo, los coraixíes de La Meca no estaban dispuestos a permitirle la entrada y mandaron un nutrido grupo armado a su encuentro. Tras una larga negociación, llegaron al acuerdo de que los musulmanes realizarían sus ritos fuera de la ciudad y regresarían a Medina.

¿Un mujeriego?

Se ignora el número exacto de esposas que tuvo Mahoma. Se le han llegado a calcular más de 20, lo que a ojos occidentales pareciera un libidinoso que aprovechó su prestigio para satisfacer sus apetitos. Contra esa precipitada idea se alza la realidad de que el Profeta fue monógamo durante los 25 años que vivió con su primera esposa, Jadiya, una mujer mucho mayor que él y la persona que más influyó en su vida. Un hombre de 45 años que, como Mahoma, vive con una mujer de 60 pudiendo tomar legalmente otras más jóvenes, no parece muy lujurioso.

Revelaciones agotadoras

Paradójicamente, Mahoma era analfabeto, de manera que cuando recibía una revelación la transmitía oralmente y sus oyentes se encargaban de repetirla y memorizarla hasta que alguien la fijaba por escrito. Sin embargo, el modo en que le llegaban los mensajes divinos variaba mucho de unos casos a otros. Podían ser visiones claras o frases casi incoherentes e inarticuladas, mensajes luminosos o palabras dolorosas y oscuras. Según explicaba el propio Mahoma: "La revelación más difícil es la que me llega como el tintineo de una campana, aunque la reverberación se reduce a partir del momento en que soy consciente de su mensaje". En alguna ocasión, la revelación incluía instrucciones sobre cómo debía transmitirla, pero con frecuencia se encontró con grandes dificultades a la hora de entender los mensajes que recibía y luchó agónicamente hasta descifrarlos. Cierta vez dijo, refiriéndose a este proceso: "Jamás recibí una revelación después de la que no sintiera que me habían arrancado el alma". 

El último profeta. La expansión

A medida que aumentaba el número de conversos, también crecía el de los opositores al sedicente Profeta, con lo que la situación social de la tribu se enrarecía. El mensaje igualitarista mahometano no sonaba bien a los oídos de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente y que, como suele suceder, manejaban las palancas del poder. Otros temían o decían temer que aquel profeta estrafalario produjera un terremoto en las instituciones comerciales y religiosas que habían dado pie a la pujanza coraixí.

Biografías muy reales

A los historiadores occidentales no deja de sorprenderles la veracidad que transmiten los textos de los cuatro biógrafos de Mahoma: Tabari, ibn Sad, al-Waqidi e ibn Ishaq. Todos ellos escribieron durante los dos siglos posteriores a la muerte del Profeta. En contra del tratamiento idealizado y favorecedor que podría esperarse de ellos, sus textos muestran una voluntad auténtica de búsqueda de la verdad, un intento de trazar un retrato del hombre tal como fue en todas las facetas de su carácter. A menudo, cuando se encuentran con dos versiones distintas del mismo suceso, ofrecen ambas sin tomar partido por una u otra. No inventan nada porque a sus ojos sería una aberración y un gran pecado hacerlo. La información de que disponen acerca de las distintas etapas de la vida de Mahoma es desigual; los acontecimientos anteriores a su vida pública corresponden a los de un individuo anónimo, mientras que lo ocurrido en los últimos años involucró a millares de testigos.

La comunidad de los creyentes. Tolerancia matizada

Las relaciones de la comunidad musulmana con las otras doctrinas siempre han sido conflictivas, por la naturaleza misma de una religión que se estima universal y por tanto con inclinaciones a imponerse a cuantos grupos coincidan con ella en el espacio. En esto no difiere del cristianismo de otros tiempos, si bien éste nunca se autodefinió como umma duna an-nas (una comunidad aparte de las otras gentes), ni por consiguiente dividió el mundo en algo parecido a "casa del islam" (dar al-islam) y "casa de la guerra" (dar al-harb).

La comunidad de los creyentes

En el año 610, un mercader camellero anunció las revelaciones que había recibido del arcángel Gabriel. Mahoma encendía así la chispa de una carismática y controvertida religión que se extendió con rapidez y hoy casi un cuarto de la Humanidad profesa. 

Cuenta el erudito Al-Bujari (Tradiciones, III, 247) que, cuando murió en 632, el profeta Mahoma tenía empeñada su cota de malla a un judío como garantía de treinta medidas de cebada. Esta noticia es un buen indicio de la precariedad y el relativo poder de la nueva estructura política que el Enviado había conseguido establecer en Arabia mediante la persuasión de la fe, la confederación de tribus o la mera imposición violenta. A su fallecimiento, la frágil unidad estuvo a punto de quebrarse debido a la disidencia de algunos grupos tribales, que habían asumido la nueva creencia de modo muy superficial y oportunista y que, una vez desaparecida la cabeza de la alianza, consideraban roto el juramento de fidelidad. Estos intentos fueron pronto reprimidos por quienes, en las campañas venideras, se revelarían como excelentes generales: Jaled ibn Yazid, Amr ibn al-As y Abu Ubayd.

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