Con la administración científica se implantó el concepto homo economicus, esto es, el hombre económico, según el cual se cree que toda persona está motivada únicamente por sus recompensas salariales, económicas y materiales. En otras palabras, el hombre busca trabajo no porque le guste, sino como medio para ganarse la vida. El hombre está exclusivamente motivado a trabajar por miedo al hambre y por la necesidad de dinero para vivir. Así, las recompensas salariales y los premios por producción (y el salario basado en la producción) influyen profundamente en los esfuerzos individuales en el trabajo y hacen que el obrero llegue al máximo de su capacidad de producción para obtener mayor ganancia. Los principales partidarios de la administración científica creían que bastaba seleccionar científicamente al trabajador – desde el punto de vista físico -, enseñarle el mejor método de trabajo y condicionar su remuneración a la eficiencia para que el trabajador produjera el máximo que pudiese físicamente. Así se busco relacionar, lo más estrechamente posible, el pago del trabajador con su producción a través de la remuneración por la producción y de los planes de incentivos salariales.
Esa visión estrecha de la naturaleza humana – el hombre económico- no se limitaba a ver al hombre como alguien que se emplea por dinero, sino que, peor aún, veía al obrero de la época como un individuo limitado y mezquino lleno de prejuicios y culpable de la holgazanería y del desperdicio de las empresas, a quien se debía controlar continuamente mediante la racionalización previa del trabajo y el establecimiento del tiempo estándar.
Fuente: Introducción a la Administración con Enfoque.
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