La monja filósofa. La respuesta a Sor Filotea

Sor Juana empieza su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz excu­sándose porque habían pasado poco más de tres meses sin que ella le contestara. Enseguida la ilustre monja aclara que siente "gran reverencia por el insigne varón" (el padre Vieyra) y da tres razones que comprueban esa reverencia y el "especial amor" que siente por él: la primera, el cordialísimo y filiar cariño que ella tenía a la Sagrada Religión del padre Vieyra, es decir, a su Orden, la Compañía de Jesús, de la que decía: "en el afecto no soy menor hija que dicho sujeto". La segunda, "la gran afición que este admirable pasmo de los ingenios me ha siempre debido; en tanto gra­do que suelo decir (y lo siento así), que si Dios me diera a escoger talentos, no eligiera otro que el suyo". Y la tercera, el "que a su generosa nación tengo oculta simpatía; que juntas (las tres razones) a la general, de no tener espíritu contradictorio, sobraban para callar, como lo hiciera, a no tener contrario precepto".

Ésta es la carta, está fechada el 1° de marzo de 1691 y dice así:

"Muy ilustre Señora, mi señora":

"No mi voluntad: mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos días mi respuesta. ¡Qué mucho si al primer paso encontraba, para tropezar, mi torpe pluma, dos imposibles!. El primero, y para mí el más riguroso, es saber responder a vuestra doctísima, discretísima, santí­sima y amorosísima carta.

"El segundo, es saber agradeceros tan excesivo como no esperado favor, de dar a las prensas mis borrones; merced tan sin medida, que aun se le pasara por alto a la esperanza más ambiciosa y al deseo más fantástico...

"Cuando la felizmente estéril, para ser milagrosamente fecunda, madre del Bautista vio en su casa tan despro­porcionada visita como la Madre del Verbo, se le entor­peció el entendimiento y se le suspendió el discurso, y así, en vez de agradecimientos, prorrumpió en dudas y preguntas: Et unde hoc mihi? ¿De dónde a mí viene tal cosa?... Así yo diré: ¿De dónde, Venerable Señora, de dónde a mí tanto favor? ¿Por ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra atención?... No es afectada modestia, Señora, sino ingenua verdad de toda mi alma; que al llegar a mis manos impresa la carta, que vuestra propiedad llamó Atenagórica, prorrumpí (con no ser esto en mí muy fácil), en lágrimas de confusión, porque me pareció que vuestro favor no era más que una reconven­ción que Dios hace a lo mal que le correspondo, y que, como a otros corrige con castigos, a mi me quiere reducir a fuerza de beneficios, cuando esto considero acá, a mis solas, suelo decir. Bendito seáis vos Señor, que no sólo quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que ni aun en la mía lo pusisteis, sino que lo reservasteis a la Vuestra, y me librasteis a mide mí y de la sentencia que yo misma me daría, que, forzada de mi propio conoci­miento, no pudiera ser menos que de condenación, y os la reservasteis a Vuestra Misericordia, porque me amáis más de lo que yo me puedo amar...

"Perdonad, Señora mía, la digresión, que me arrebató la fuerza de la verdad; para buscar refugios, para huir la dificultad de responder, cuasi me he determinado a dejarlo en silencio. Es cosa negativa... aunque explica mucho con el énfasis de no explicar, es necesario ponerle algún breve rótulo, para que se entienda lo que se pretende que el silencio diga; que si no, dirá nada el silencio, porque ése es propio oficio, decir nada".

Sor Juana prosigue, citando la Segunda Epístola de San Pablo a los Corintios:

"Fue arrebatado el Sagrado Vaso de Elección al tercer cielo; y habiendo visto los arcanos secretos de Dios, dice: Audivit arcana Dei, quae non licet hórnini loqui. (Oye­ron los arcanos de Dios, que no es lícito al hombre reve­lar). No dice lo que vio; pero dice, que no lo puede decir; de manera que aquellas cosas que no se pueden decir; para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces, lo mucho que hay que de­cir... Así y o, Señora mía, sólo responderé, que no se qué responder;... y diré, por breve rótulo se lo dejo al silencio, que sólo con la confianza de favorecida, y con los vali­mientos de honrada, me puedo atrever a hablar con Vues­tra Grandeza...

Y continúa ¿humildemente?;

"Ya no me parecen imposibles, los que puse al principio, a vista de lo que me favorecéis, porque quien hizo impri­mir la carta, tan sin noticia mía; quien la intituló, quien la costeó, quien la honró tanto, siendo de todo indigna, ¿qué no hará? ¿qué no perdonará? ¿qué no dejará de ha­cer? ¿y qué dejará de perdonar? Y así, debajo del supues­to de que hablo con el salvo conducto de vuestros favores, y debajo del seguro de vuestra benignidad... digo que re­cibo en mi alma vuestra santísima amonestación, de apli­car el estudio a Libros Sagrados; que aunque viene en traje de consejo, tendrá en mí, sustancias de precepto...

Le dice que "como otro Asuero", le ha "dado a besar la punta del cetro de oro de 'su' cariño", en señal de conce­derle "benévola licencia para hablar..."

"Os confieso, con la ingenuidad que ante vos es debida, y con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre, que el no haber escrito muchos asuntos sa­grados, no ha sido desafición, ni de aplicación, la falta, sino sobra de temor; y reverencia debida a aquellas Sa­gradas Letras, para cuya inteligencia yo me conozco tan incapaz, y para cuyo manejo soy tan indigna".

Se excusa por no tratar a menudo otros asuntos, tales como:

"El ver que aun a los varones doctos se prohíba el leer los Cantares, hasta que pasaban de treinta años; y aun el Génesis; éste, por su oscuridad, y aquellos, porque de la dulzura de aquellos epitalamios no tomase razón la im­prudente juventud, de mudar el sentido en carnales afec­tos; mi gran padre San Jerónimo, mandando que sea lo último que se estudie, por la misma razón".

Dicen sus biógrafos que Sor Juana moderó el tono en que escribió su carta por "el natural y justo temor al Santo Oficio, que bien sabía todo el mundo cuan celosamente cuidaba de reprimir todo lo que pareciese que debía ser reprimido porque hubiera quien lo señalara como un peli­gro enderezado contra la pureza de la fe y contra la unidad mística, social y política de las conciencias de los pueblos".

"Y a la verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar gusto a otros; no sólo sin compla­cencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio que pide la obligación de quien escribe; y así es la ordinaria respuesta a los que me instan, y más si es asunto sagra­do: ¿Qué entendimiento tengo yo?¿Qué estudio?¿Qué materiales? ¿Ni qué noticias para eso?, sino cuatro bachillerías superficiales: dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido con el Santo Oficio, que yo igno­rante y tiemblo de decir alguna proposición malsonante, o torcer la genuina inteligencia de algún lugar. Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar, que fuera en mí desmedida soberbia, sino sólo por si con estudiar ignoro menos, Así lo respondo y así lo siento."

Sor Juana "no topaba con los asuntos profanos", pues co­mo ella misma decía en su carta al obispo, "una herejía con­tra el arte, no la castiga el Santo Oficio; sino, los discretos, con risa, y los críticos, con censura, y esta, justa vel injusta, timenda non est..."

Fuente: 
Los Grandes Mexicanos – Sor Juana Inés de la Cruz, Editorial Tomo, 3° edición, p. 87 – 92.

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