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Rabindranath Tagore – Vida perdurable

No puedo enviarte ni una flor de esta guirnalda de primavera, ni un solo rayo de oro de esa nube remota.

Abre tus puertas y mira a lo lejos.

En tu florido jardín recoge los perfumados recuerdos de las flores, hoy marchitas, de hace cien años.

Juan José Arreola – El sapo

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.

Oscar Wilde – El narrador

Había una vez un hombre a quien todos querían porque contaba historias muy bonitas.

Diariamente salía por la mañana de su aldea, y cuando volvía al atardecer, los trabajadores, cansados de trajinar todo el día, se agrupaban junto a él y le decían:

—¡Anda, cuéntanos lo que has visto hoy!

Gabriel García Márquez – Macondo

Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó de ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. "Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima".

Carlos R. Moncada – Oro en polvo

¡Quién fuera mariposa!

Flor del aire, luciente y fugitiva…

¡Envidio esa existencia temblorosa

Jaime Torres Bodet – Los canarios

Al despertar, extrañan la tibieza del nido,

saltan de los barrotes de la jaula sonora

y se quedan de nuevo con el piquito hundido

Jules Renard – La gallina

Apenas sé abre la puerta, salta del gallinero con las patas muy juntas.

Es una gallina común y corriente, de apariencia modesta y que jamás ha puesto huevos de oro.

Deslumbrada, titubeante, avanza algunos pasos por el corral.

Gonzalo Celorio – Dos amibas amigas

Dos amibas vivían muy contentas en el estómago de Fausto, relativamente cerca del píloro. Pasaban la vida cómodamente, comían muy bien y nunca trabajaban: eran lo que se llama unas parásitas. Se querían mucho, eran buenas amigas, pero de vez en cuando entraban en fuertes discusiones porque tenían temperamentos muy distintos y cada una aprovechaba su ocio de manera diferente: una era muy pensativa y siempre se preguntaba qué sucedería al día siguiente; la otra, en cambio, era muy glotona, se pasaba el día comiendo y prefería vivir con gusto cada instante de su vida sin pensar en el mañana.

Ray Bradbury – En Marte

Había en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de cristal. Todas las mañanas se podía ver a la señora K, comiendo la fruta dorada que brotaba de las paredes de cristal, o limpiando la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en el viento cálido. Por la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y tibio, y las parras se erguían tiesamente en los patios, y en el distante y recogido pueblecito marciano nadie salía a la calle, se podía ver en su cuarto al señor K, leyendo un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre los cuales pasaba suavemente la mano como quien toca el arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y arañas eléctricas.

Perseo y la Medusa

Había una vez un monstruo con figura de mujer, llamado Medusa, que vivía en lo alto de una roca, junto al mar. Sus cabellos eran serpientes vivas, y todos aquellos que la miraban quedaban convertidos en piedra.

Nellie Campobello – Una mujer inolvidable

Para ella no existía eso que la gente llama días desgraciados; no se quejaba. Nosotros desconocíamos la tristeza. Todo era natural en nuestro mundo, en nuestro juego. La risa, las tortillas de harina, el café sin leche, las caídas y descalabradas, los hombres que pasaban corriendo en sus caballos, las noches sin estrellas, las lunas o el mediodía: todo, todo era nuestro, porque ésa era nuestra vida. Los cantos de mamá, sus regaños y su cara preciosa eran también nuestros. Parecíamos viejitos con ojos que se arrugaban para distinguir la vida, la luz, las tazas, las puertas, los panes. Nuestras piernas flaqueaban al tratar de subir o bajar. La falda de ella era el refugio salvador. Podía llover, tronar, caer centellas, soplar huracanes: nosotros estábamos allí, en aquella puerta gris, protegidos por ella. Su esbelta figura, con el caer de los pliegues de su enagua, hacía que nuestros ojos vieran una mamá inolvidable.

La pájara pinta

Estaba la pájara pinta

sentadita en el verde limón;

con el pico recoge la hoja,

con las alas recoge la flor.

¡Ay sí, ay no!

¡Cuándo vendrá mi amor!

Azorín – El telescopio

Cuando yo pasaba por este largo salón con piso de madera en que resonaban mis pasos, levantaba la vista y miraba a través de las ventanas. Y entonces veía allá, a lo lejos, en la torrecilla que surgía sobre el tejado, la veleta que giraba, giraba incesantemente.

José Vasconcelos – La sierra de Puebla

La travesía por caminos de herradura y panoramas de incomparable majestad resultó fascinante. Según bajábamos la meseta, el trópico se abría a nuestra contemplación, feraz y bienoliente a plantas y flores raras. De la falda de una colina arranco alguien piñas maduras y las comimos sobre el caballo. En los ranchos de caña, el viejo trapiche funcionaba todavía… Una impresión de comodidad física, de contento de todos los sentidos, invade el organismo deshecho, entumecido por el clima de la meseta. Y una suerte de bendición baja del cielo claro y dobla elegantemente las hojas de las palmeras. La tierra toda está cubierta de verdor y las montañas, revestidas de bosques, dan impresión de grandeza suave y armoniosa. Los caseríos están pintados de blanco, de azul o de amarillo… Los techos de palma seducen con su promesa de reposo y abrigo. En las quebradas, la gotera de algún arroyo remoto es pretexto para que broten y se queden colgando maravillosas orquídeas. Por el aire pasan pericos de esa tonalidad verde clara que reposa el mirar fatigado del diario trajín. Cuando la tarde cae, sube del valle un temblor de emoción.

Gabriela Mistral – La rata

Una rata corrió a un venado,

y los venados al jaguar,

y los jaguares a los búfalos,

y los búfalos a la mar…

Martín Luis Guzmán – Culiacán

Las aguas del Tamazula eran de un tinte azul idéntico al del cielo, sólo que, en el río, quebraban el tinte azul las manchas morenas de los cantos, y lo limitaba, en lo hondo de la transparencia, el lecho de arena, coloreado en contraste. Crecía en los alrededores de la ciudad, en roce estrecho con los muros de las últimas casas, una vegetación exuberante; huertos espesos, Cañaverales tupidos, alfombras de verdura perpetua bajo el moteo de las flores. Y el cielo, de una claridad a veces deslumbradora, vertía sin cesar sobre ese campo y las calles que en él trazaban los grupos de casas, ondas de luz que lo doraban todo. Así iluminado, nada había inerte ni feo: el lodo mismo irradiaba reflejos que parecían ennoblecerlo. 

Manuel Payno-Retratos

Muchas de las lecturas contenidas en los libros de Español emitidos por la Secretaría de Educación Pública son realmente textos interesantes que valen la pena rescatar, dado que son breves, la mayoría bien escritos y ofrecen pasajes que además de brindar un rato genuino de entretenimiento, ayudan a los estudiantes a mejorar las habilidades de lectura. En esta ocasión, se comparte el escrito "Retratos" de Manuel Payno.

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